EL MARCO HISTÓRICO
Durante el siglo XIX, España vive uno de
los períodos más agitados de su historia.
Se abre el siglo con la guerra de la
Independencia y termina con la guerra contra los Estados Unidos y el desastre
de 1898. La jefatura del Estado pasa por infinitas vicisitudes. La dinastía,
tras los reinados de Fernando VII (1814-1833) y de Isabel II (1833-1868), es
derrocada por la revolución de este último año, la “Gloriosa”. Suceden la
mediocre regencia de Serrano (1869-1870) y el indeciso reinado de Amadeo I
(1871-1873). Se abre después el insatisfactorio paréntesis republicano
(1873-1874), al que siguen la jefatura de Serrano (1874) y la Restauración de
la dinastía borbónica en la persona de Alfonso XII (1875-1885), hijo de Isabel
II. Muerto el rey, su esposa doña María Cristina asume la Regencia, hasta 1912,
año en que empieza a reinar su hijo Alfonso XIII.
El reinado de Fernando VII comienza con
seis años de rígido absolutismo, continúa con un período liberal (1820-1823)
impuesto por el levantamiento del general liberal Riego, que se cierra como
consecuencia de la intervención de la Santa Alianza formada por varios países
europeos para salvaguardar el absolutismo de los reyes. Durante el reinado de
su hija Isabel II, se sucedieron las guerras carlistas que ensangrentaron el
país, impidiéndole todo progreso.
La Restauración que sucedió
a la primera República comprende los reinados de Alfonso XII y Alfonso XIII (es
decir, hasta la proclamación de la segunda República en 1931).
SITUACIÓN ESPAÑOLA
Las tensiones políticas son enormes
durante el siglo XIX. Por un lado, las clases conservadoras defienden sus
privilegios. Por otro, los liberales y progresistas luchan por abolirlos. El
laicismo se abre paso, y goza de gran influjo la masonería. El pensamiento
católico tradicional se defiende frente a librepensadores y seguidores del
filósofo alemán Krause. Las clases trabajadoras desencadenan movimientos de
signo socialista y anarquista, con su cortejo de huelgas y atentados. Mientras
Europa va forjando su gran porvenir industrial y cultural, España ofrece el
espectáculo de un país inmaduro que trata de asimilar, con demasiada violencia
y poca comprensión mutua, el nuevo espíritu europeo. Aún se siente primera
potencia, a pesar de haber perdido, en tiempos de Fernando VII, sus territorios
americanos. La guerra de 1898 y la pérdida de Cuba y Filipinas, vendrán a
sacarla, momentáneamente, de su trágica inconsciencia.
Durante la centuria, el 65 % de la
población vive en el campo. Empieza a trazarse la red de ferrocarriles, con
capital en su mayor parte extranjero. En 1850 aparecen los primeros sellos de
correos. Entre 1854 y 1857, queda instalado el telégrafo. En 1852, se ensaya el
alumbrado eléctrico en Barcelona. El esfuerzo industrial es notable, pero no
comparable al de los países europeos, que, además, crean o amplían por entonces
sus poderosos imperios, mientras perdemos el nuestro.
SITUACIÓN CULTURAL
La situación cultural durante el siglo
XIX es ínfima. Una ley de 1857 impone la escolaridad obligatoria entre los seis
y los nueve años. Pero, en 1877, tres de cada cuatro españoles eran
analfabetos; y aún, en 1901, el 63 % de la población seguía sin saber leer ni
escribir. Por último, el censo de 1855 arroja un total de quince millones de
habitantes, que pasa a diecinueve millones en 1911.
La cultura española de gran alcance
empieza a desarrollarse en la segunda mitad del siglo. Van apareciendo sabios
que trabajan aisladamente: el ingeniero y marino cartagenero Isaac Peral (1851-1895),
inventor del submarino; el gran histólogo Santiago Ramón y Cajal (1851-1895),
que obtuvo el premio Nobel en 1906; el naturalista y biólogo madrileño Ignacio
Bolívar (1850-1944); el sabio humanista santanderino Marcelino
Menéndez y Pelayo (1856-1912),
etc.
LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA
Fue fundada en Madrid por el catedrático
y pensador malagueño Francisco Giner de los Ríos, en 1876, junto con un
grupo de profesores universitarios liberales, que, como él, habían sido
apartados de la docencia oficial por defender la libertad de cátedra. Con ideas
filosóficas de origen alemán, emprendió un decisivo trabajo de modernización
cultural de nuestro país, en todos los grados de la enseñanza, defendió la
coeducación en los centros escolares y la libertad de cátedra, e impulsó el
trabajo riguroso en diversas ramas de las humanidades y de las ciencias, con
independencia de las ideas religiosas e ideológicas de sus componentes. Se
trataba de influir en la vida social por medio de maestros eficientes y de
científicos, muchas de cuyas investigaciones se incorporaron al saber mundial.
La Institución -que contó con partidarios decididos y con temibles detractores-
promovió entre sus alumnos y partidarios el amor a la Naturaleza, y el
equilibrio entre la salud intelectual y física (deporte, excursiones). E
impulsó la creación de diversos organismos, que producirían la creciente
europeización de España durante el siglo XX, en especial durante la II
República, que acogió sus ideales reformadores. Pero desapareció en 1939, al
acabar la guerra civil, a consecuencia de la cual muchos de sus miembros
tuvieron que exiliarse, y proseguir en América la tarea interrumpida en su
país. Con la Institución y sus consecuencias, un pensamiento decididamente
moderno se difunde sobre todo entre la burguesía de nuestro país, clase de la
cual saldrán los mejores escritores del siglo XX.
LOS MOVIMIENTOS LITERARIOS
Hasta muy entrado el siglo XIX, se
mantienen los gustos neoclásicos del siglo anterior. Pero desde fines del
XVIII, se observa una reacción contra el racionalismo dieciochesco. Una serie
de pensadores y de artistas, en Inglaterra, Alemania y Francia, se preguntan si
la pura razón -el gran instrumento dieciochesco, con el cual se intentó
codificar el arte, la moral, la política, etc.- puede ser el único método para
actuar en el mundo. Por lo pronto, los resultados obtenidos distaban de ser
satisfactorios. De esa actitud literaria y cultural que suele denominarse Prerromanticismo,
pueden observarse rasgos en autores tan dieciochescos como Cadalso (Noches
lúgubres) o Jovellanos (El delincuente honrado); y en poetas como
Álvarez de Cienfuegos, Maury, etc.
• En el XIX, estalla con fuerza la gran
revolución del Romanticismo, en pugna con las actitudes
neoclásicas que muchos defienden aún; afirma los derechos de la fantasía, de la
imaginación y de las fuerzas irracionales del espíritu. El Neoclasicismo que
proviene del siglo anterior perdura en algunos autores (Bretón de los
Herreros); convive en otros con el Romanticismo, en proporción variable (Martínez
de la Rosa, Larra); algunos escritores que se iniciaron en el
Neoclasicismo, se convirtieron a la nueva moda romántica (Rivas,
Espronceda). Por fin, otros fueron, desde sus comienzos, apasionadamente
románticos: Gil y Carrasco, Navarro Villoslada, Donoso Cortés, García
Gutiérrez, Hartzenbusch, Zorrilla, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina
Coronado, etc.
• Junto a estos escritores, que toman
postura ante el Neoclasicismo o el Romanticismo, hay algunos que se sitúan al
margen de ambas escuelas, y pretenden realizar una literatura castiza,
enraizada en la tradición del Siglo de Oro. Son los costumbristas Mesonero y
Estébanez.
• El apogeo romántico, como veremos, fue muy breve. La segunda
mitad del siglo está dominada por el Realismo, de signo
objetivista (frente al subjetivismo anterior), si bien el Romanticismo rebrota
en algunos poetas (Bécquer, Rosalía de Castro), e informa, más o menos
modificado, el quehacer de novelistas y dramaturgos ("Fernán Caballero”,
Alarcón, Echegaray).
EL ROMANTICISMO
Con la palabra Romanticismo (es
adaptación del francés Romantícísme. creada por Stendhal, en 1823, el
cual la forjó apoyándose en e! adjetivo romantíque. Este significaba, en
francés, durante los siglos XVII y XVIII, 'novelesco'; pero hacia 1775 se
contagió del significado del inglés romantíc, 'pintoresco, sentimental'.
Hacia 1800 sufrió otro nuevo contagio: el del alemán romantísch con que
se calificaba a los partidarios de las doctrinas anticlásicas de Schlegel. Fue
esta acepción de 'anticlásico' la que triunfó en francés, y con ella se adaptó
en España el término a mediados del siglo XIX. Para las acepciones anteriores,
de romantíque, se usaban entre nosotros los términos romanesco y romancesco.
) se alude a un movimiento cultural y político que tuvo su apogeo en la
primera mitad del siglo XIX, y que afectó a España como al resto de los países
europeos y americanos, bajo el influjo inicial del pensador francés Rousseau
(1712-1778) y del gran poeta alemán Goethe (1749-1832), exaltadores
del sentimiento frente a la razón que había inspirado a los neoclásicos.
Los románticos se lanzan, pues, a
conseguir obras menos "perfectas”, menos "regulares”, pero más
profundas, más íntimas y sugestivas, más cordiales. Indagan lo ignoto y
misterioso e imponen completamente los derechos del sentimiento. Su consigna es
la libertad en todos los órdenes de la vida.
ROMANTICISMO TRADICIONAL Y ROMANTICISMO
LIBERAL
Aplicada la consigna de libertad a la
política, unos la entendieron como una simple restauración de los valores
ideológicos, patrióticos y religiosos que habían deseado anular los
racionalistas dieciochescos. Exaltan así el Cristianismo, el Trono y la Patria,
como valores supremos. En esta línea de Romanticismo tradicional, se insertan
los hermanos Schlegel y Novalis, en Alemania; Walter Scott, en
Inglaterra; Chateaubriand, en Francia; y Böhl de Faber, Navarro
Villoslada, Rivas, Pastor Díaz y Zorrilla, en España.
Por el contrario, otros románticos
identifican libertad con destrucción del orden vigente, en religión, arte y
política. Afirman exageradamente los derechos del individuo frente a la
sociedad y a las normas, que combaten sin tregua. Representan esta tendencia de
Romanticismo liberal o revolucionario, el inglés lord
Byron, los franceses Víctor Hugo, Alejandro Dumas y Alfred de
Vigny, y el español Espronceda.
CARACTERES DEL ROMANTICISMO
Ambos tipos de Romanticismo fueron, pues,
antagónicos; y no es lícito definir este movimiento como si fuera algo
perfectamente homogéneo. Sin embargo, dentro de su diversidad, hay algunas
características comunes a todas las manifestaciones románticas, que pueden
enunciarse así:
Aversión al Neoclasicismo. En general, todos los románticos fueron hostiles
al Neoclasicismo. Frente al rigor con que, en el siglo anterior, se
observaron las reglas, los románticos mezclan los géneros (muchas obras están
escritas en prosa y en verso; dentro de un mismo poema, se varían los metros;
en el teatro se desprecian las famosas unidades de lugar, de tiempo y de
acción; y tanto en ese género, como en la novela -conforme a la tradición
española- alternan lo cómico y lo dramático.
Subjetivismo. Protagonista de todas las obras
románticas, cualquiera que sea su género, es el alma exaltada del autor, que
vierte en ellas sus sentimientos de insatisfacción ante un mundo que limita y
frena el vuelo de sus ansias tanto en el amor, como en el orden social, en el
fervor patriótico, etc. Y frente a los neoclásicos, apenas interesados por el
paisaje, los románticos hacen que la Naturaleza se incorpore a sus
estados de ánimo, y que se muestre melancólica, desalentada, tétrica,
turbulenta, según los casos. El choque entre los anhelos desmesurados del
romántico -amor apasionado, ansia de felicidad, posesión de lo infinito- y la
realidad, produce en él descorazonamiento, y el suicidio, conforme al modelo
del Werther de Goethe, fue la solución que algunos adoptaron, como
nuestro Larra.
Fuga del mundo que los rodea. Otros se evaden de sus circunstancias,
evocando o imaginando épocas pretéritas en que triunfaban sus ideales o
inspirándose en lo exótico. Se refugian, pues, en la contemplación de la
Historia medieval y moderna. El mundo para ellos es una realidad cambiante, en
que están a punto siempre de lograrse formas satisfactorias de vida, nunca
alcanzadas. Frente a los neoclásicos, admiradores como sabemos de la Antigüedad
grecolatina, los románticos prefieren la Edad Media y el Renacimiento; y
cultivan, como géneros más frecuentes, la novela, la leyenda y el drama
históricos, ambientados en esas épocas.
Amor a la Naturaleza. Frente a la sociedad urbana, oprimida por
los convencionalismos y opresora a la vez, los románticos aman la Naturaleza y
prestan atención admirativa a quienes más cerca viven de ella, a la gente
rural, que idealizan.
Atracción de lo nocturno y sepulcral. Los románticos gustan de poner a sus
sentimientos dolientes y defraudados, ambientes melancólicos o misteriosos:
ruinas, la noche que encubre zozobras, cementerios... Del mismo modo, les
seduce lo sobrenatural: milagros, aparecidos, visiones de ultratumba, lo
diabólico y brujeril...
ESPAÑA, PAÍS ROMÁNTICO
Los románticos europeos descubrieron que
muchos de los ideales defendidos por ellos se realizaban en España, en su
literatura, en su historia y en su arte. De ahí que las principales figuras del
incipiente Romanticismo inglés, alemán o francés, exaltaran, estudiaran o
imitaran lo español, y que España se convirtiera -cuando el Romanticismo no ha
comenzado aún entre nosotros- en bandera de la nueva escuela.
España influyó, pues, en la constitución
del movimiento romántico europeo, con el ejemplo del Romancero, que fue
muy traducido, leído e imitado, del Quijote, y del «desarreglado» teatro
áureo, en los que se reconocieron ejemplos geniales de libertad de invención,
de pasión y de fantasía, valores que las nuevas generaciones deseaban hacer
triunfar.
Por otra parte, los escritores, pintores
y grabadores que visitaban España hallaban una inspiración muy a la moda en sus
viejas ciudades, en sus paisajes agrestes y en las ruinas de sus templos y
monasterios.
PRIMERAS MANIFESTACIONES DEL ROMANTICISMO
El Romanticismo penetra en nuestra patria
por Andalucía (controversia Böhl-Mora), y por Cataluña (El Europeo).
A) La polémica Böhl-Mora. El
cónsul alemán en Cádiz, Juan Nicolás Böhl de Faber, padre de la
novelista «Fernán Caballero», publicó muy tempranamente, entre 1818 y 1819, en
el Diario Mercantil de aquella ciudad, una serie de artículos,
defendiendo el teatro español del Siglo de Oro, atacado por los neoclasicistas.
Partícipe del mismo entusiasmo que sus compatriotas los hermanos Schlegel, su
defensa fue un pórtico por el que entró el Romanticismo en España.
Lo rebatió, en revistas de Madrid, el
escritor gaditano José Joaquín de Mora (1783-1854), a quien apoyó Antonio
Alcalá Galiano. Las ideas de Böhl, apoyadas en supuestos antiliberales,
tradicionalistas y absolutistas, le parecen inaceptables. A pesar de que el
cónsul alemán representaba la modernidad literaria europea, lo juzgan
reaccionario. Y, por ello, lo combaten, aferrados aún a la ilustración
dieciochesca, en la que simboliza el progresismo liberal, entonces combatido
por el poder.
B) El Europeo. Fue
publicada esta revista en Barcelona (1823-1824), por dos redactores italianos,
un inglés y los jóvenes catalanes Buenaventura Carlos Aribau y Ramón
López Soler. Defendió el Romanticismo moderado y tradicionalista al modo de
Böhl, negando totalmente los valores del Neoclasicismo. Y contribuyó a
popularizar los nombres y las obras de los principales románticos europeos.
LA EMIGRACIÓN DE 1823
Al cerrarse el breve paréntesis liberal
(1820-1823), varios centenares de españoles se vieron obligados a emigrar,
perseguidos por Fernando VII. Los escritores exiliados -Martínez de la Rosa,
Mora, Alcalá Galiano, Ángel Saavedra, Espronceda, etc.- marchan de España
imbuidos de espíritu neoclásico, pero toman contacto en Europa con las ideas
románticas en su versión tradicionalista o revolucionaria, según sus
inclinaciones.
Pronto ven en ellas una fórmula útil para
vivificar, con espíritu moderno, la vida cultural y política de España. Y así,
alimentando esperanzas y formulando proyectos, estos españoles se mantuvieron
en el destierro hasta 1833, fecha en que inician su regreso.
AMBIENTE ROMÁNTICO EN ESPAÑA, ANTES DE
1833
La durísima censura impuesta por el
ministro Calomarde, no impidió en España la circulación más o menos clandestina
de los libros de Chateaubriand, Walter Scott, Byron y otros románticos.
Los jóvenes escritores se van impregnando
de estas lecturas, y las comentan en tertulias que se reúnen en las principales
ciudades españolas. La más célebre de todas fue la del famoso Parnasillo, que
se celebraba en Madrid, en el Café del Príncipe, -“solar del Romanticismo
castellano" se le ha llamado-, y a la que, desde 1830, acudían Larra y
otros escritores. Allí, según evocaba uno de los contertulios, "¡qué
bellos sueños de libertad, qué reñidas polémicas de literatura agitaban
nuestras cabezas y nuestros corazones!".
TRIUNFO Y CRISIS DEL ROMANTICISMO EN
ESPAÑA
Cuando los emigrados regresan, en las
postrimerías del reinado de Fernando VII y comienzos del de su hija, hallan,
pues, un ambiente bastante favorable para el triunfo de las ideas románticas.
Contribuyó a él la apertura de signo liberal con que se inició el gobierno de
Isabel II.
Hacia 1835, el Romanticismo alcanza su
mayor apogeo en nuestra patria. Pero su victoria no fue total, pues, como
sabemos, hubo escritores que no se le rindieron. Todavía, en 1839, se seguía
defendiendo, en el Ateneo madrileño, el valor de las unidades dramáticas.
Este apogeo fue corto; entre 1835 y 1840,
va imponiéndose un espíritu moderado y ecléctico, en el que acaba disolviéndose
la furia romántica. Además, el objetivismo no había sido completamente vencido,
y vino a reforzado, hacia 1840, otra moda literaria surgida en Francia, el Realismo,
basado en los ambientes contemporáneos.
La burguesía isabelina no constituía un
ambiente propicio para el idealismo romántico. Con todo, este no había pasado
en vano; algunos géneros típicamente románticos llegarán casi hasta nuestros
días -hoy renace la novela histórica- y el subjetivismo impuesto a la lírica,
será una lección ya nunca olvidada por la poesía europea.
CARACTERES DE LA
POESÍA ROMÁNTICA
Los poetas románticos crean el poema en
trance de arrebato, volcando cuanto sienten y piensan, sin ninguna autocrítica
que retenga impurezas. Consiguen con ello momentos de sincero y auténtico
lirismo; pero, como contrapartida, caen a veces en lo vulgar, en lo prosaico,
en lo oratorio.
Sus tonos más frecuentes son la
melancolía, la exaltación, la protesta y el hastío.
Cantan su intimidad amorosa, o, según
dijimos, se inspiran en temas históricos, legendarios y exóticos.
Merodean por los alrededores del
misterio, atraídos por él. Se rebelan, a veces, contra las normas sociales y
contra la vida misma. Sus valores preferidos son la gallardía, el valor, la
disidencia. Proclaman su pesimismo, y gesticulan exhibiendo un ánimo
desalentado. Los ámbitos en que suelen moverse son la noche, los lugares
apartados, los cementerios, el mar embravecido, la tormenta. Desde el punto de
vista formal, si los neoclásicos aspiraban a que el poema tuviera la fría
tersura del mármol, los líricos románticos, raptados por la emoción, quieren
que sus versos sean íntimos, cordiales o que resuenen estrepitosamente con
ritmos muy marcados. Sus poemas tienen a veces gran variedad de metros. Y
emplean estrofas casi olvidadas entonces -así, el romance- o inventan otras.
Algunos escritores que vamos a estudiar, aunque también cultivaran otros
géneros, deben su fama a su condición de líricos.
JOSÉ DE
ESPRONCEDA
Nació e! año 1808, en Pajares de la Vega,
cerca de Almendralejo (Badajoz). Fundó, con otros mozalbetes, la sociedad
secreta Los numantinos, en cuyos fines entraba «derribar el gobierno
absoluto»; sufrió reclusión de algunas semanas por ello. A los dieciocho años,
huye a Lisboa, a unirse con los exiliados liberales y conoce allí a Teresa
Mancha, con la que vivió en Londres, hasta que, tras una actuación política
agitada, volvió a España en 1833. Espronceda lleva aquí una vida disipada,
llena de aventuras y lances. Teresa lo abandona (1838), dejándole una niña de
dos años. La desesperación no le impidió continuar con su vida política y
aventurera. Se disponía a casarse con otra amada, cuando murió en Madrid, en
1842.
OBRAS NO LÍRICAS
Cultivó Espronceda los principales
géneros literarios. Su primera obra fue un poema épico en octavas, El
Pelayo, que revela su formación neoclásica. Escribió también una grata y
desorganizada novela histórica, Sancho Saldaña o El castellano de
Cuéllar (1834), género que había puesto de moda el británico Walter Scott.
Escribió mediocres obras teatrales; la más recordable es el drama en verso Blanca
de Borbón (1838), que no llegó a estrenarse.
POESÍA
Tras volver del exilio, publicó Poesías
(1840), colección desigual que acoge poemas juveniles, de aire neoclásico,
junto a otros de rabioso corte romántico. Son estos los más importantes; en
ellos, exalta tipos marginales: Canción del pirata, El mendigo, El verdugo,
Canto del cosaco; protesta contra la sociedad El reo de muerte; o A
Jarifa en una orgía, muestra perfecta de los anhelos ardientes de un
romántico, que chocan con la realidad y lo sumen en la desesperación:
palpé la realidad, y odié la vida;
solo en la paz de los sepulcros creo.
Pero las obras poéticas más importantes
que compuso son El estudiante de Salamanca y El diablo mundo.
- El estudiante de Salamanca (1839) consta de cerca de dos mil versos
polimétricos, es decir, de diferentes medidas, distribuidos en cuatro cantos, y
narra los crímenes e impiedades de don Félix de Montemar, cuya amada Elvira,
abandonada por él, muere de amor. Una noche, se le aparece; él persigue la
aparición por las calles, y contempla su propio entierro. En la mansión de los
muertos, se desposa con el esqueleto de Elvira, y muere sin contrición.
- El diablo mundo. Frente a la cerrada unidad del anterior
poema, este es disperso y quedó sin terminar. Fue publicándolo en cuadernillos,
a partir de 1840. Consta lo escrito de 8100 versos polimétricos, repartidos en
una introducción y siete cantos. Pretendía ser una epopeya de la vida humana.
Es admirable el canto séptimo, Canto a Teresa, en que el poeta evoca sus
primeras horas de amor, a las que siguieron la decepción, la ruptura y la
muerte de su amada. Una mezcla de ternura, desfachatez y satanismo hace de
estos versos la más emotiva y extraña elegía de nuestra literatura.
OTROS LÍRICOS
ROMÁNTICOS
En el corto fulgor de la lírica
romántica, surgieron otros poetas notables como fueron:
Juan Arolas, barcelonés (1805-1843); fue escolapio.
Publicó multitud de poemas, con gran variedad de temas, en que demuestra un
talento poco profundo, pero brillante y sensual; hoy se recuerdan, sobre todo,
sus refinados poemas orientales.
Nicomedes Pastor Díaz, nacido el año 1811 en Vivero (Lugo). Fue
diputado, ministro y académico de la Española. Murió en Madrid, en 1863.
Defendió siempre ideas católicas y tradicionales, en sus Poesías (1840),
con un temperamento extrañamente pesimista. Consagra algunos poemas a rememorar
paisajes o monumentos españoles como El acueducto de Segovia o Al
Eresma. Puso mucha esperanza en su libro en prosa De Villahermosa a la
China (1845-1858), con bellas descripciones de Galicia pero escasa acción;
hoy se lee con fatiga.
Gertrudis G6mez de Avellaneda. Nacida en Cuba en 1814, vino a España a
los veintidós años. Marcada por un destino romántico, su vida amorosa fue un
continuo fracaso. Pero triunfó en la alta sociedad de Madrid, ciudad donde
murió en 1873. Publicó algunas novelas, como Sab, que conserva su
interés por las descripciones de ambientes y costumbres de Cuba. Obtuvo grandes
éxitos en el teatro, con dramas históricos a la moda, como Alfonso Munio y
Recaredo (1850). Pero destacó, sobre todo, como lírica. Su inspiración
oscila entre el amor humano, sentido como anhelo y tormento (así, en sus poemas
Amor y orgullo, A él), Y el amor divino, donde se aproxima a la mística (La
Cruz, La plegaria de la Virgen).
El barcelonés Pablo Piferrer (1818-1848)
cultivó sólo la lengua castellana. Fue uno de los iniciadores del movimiento
romántico en Cataluña y su lírica, muy me1odiosa, es muy escasa; sólo se
conservan de él siete poemas. El más famoso de todos es el titulado Canción
de la primavera.
Carolina Coronado. Paisana de Espronceda (nació en
Almendralejo, 1823), pasó su niñez en el campo extremeño y muy joven se reveló
poeta. Casada con un diplomático norteamericano, vivió algún tiempo en países
extranjeros. Varias desgracias familiares le hicieron buscar la soledad cerca
de Lisboa, donde murió (1911). La pieza maestra de sus Poesías (1852) y
uno de los mejores poemas románticos, es el titulado El amor de los amores.
LA PROSA. UN ALUD
DE TRADUCCIONES
Durante el Romanticismo, existe un deseo
inmoderado de ficción literaria, de novela, de contacto con la aventura y el
misterio. Siendo escasa la producción española, se apeló a traducir novelas
extranjeras. Fueron más de mil las que circularon en España antes de 1850,
pertenecientes a autores como Chateaubriand, James Fenimore Cooper, George
Sand, Walter Scott, Alejandro Dumas, Víctor Hugo, etc., ya los géneros en
boga: históricas, sentimentales, de aventuras, galantes, folletinescas...
La prosa nacional se limitó, en lo
narrativo, a unas cuantas novelas históricas y, en lo descriptivo, al
cultivo intenso del costumbrismo.
Enrique Gil y Carrasco (Villafranca del Bierzo, 1815-Berlín,
1846). Abogado y diplomático, fue poeta exquisito y cultivó también el
costumbrismo. Pero su obra más famosa, la mejor de las novelas históricas
españolas, escrita a imitación de Walter Scott, es El señor de Bembibre.
El navarro Francisco Navarro
Villoslada (1818-1895) compone una serie de novelas históricas cuando
este típico género romántico se halla ya en declive y ha empezado el auge del
Realismo con sus novelas de tema contemporáneo. Posee indudable habilidad para
infundir verdad en sus evocaciones de tiempos medievales y se inspira en
tradiciones vascas, como ocurre en su obra más conocida Amaya, o los
vascos en el siglo VIII (1877); su tema es la unión de vascos y visigodos
para luchar contra la invasión musulmana.
Escribieron también novelas históricas Larra,
Espronceda, Estébanez Calderón y Martínez de la Rosa; a ellos
aludiremos en el lugar oportuno.
EL COSTUMBRISMO
En el medio siglo que transcurre entre
1820 y 1870, aproximadamente, se desarrolla la literatura costumbrista. Se
manifiesta en el llamado cuadro de costumbres, que suele ser un
artículo en prosa, de poca extensión; prescinde de todo argumento o lo reduce a
un esbozo, limitándose a pintar un cuadro colorista que refleja con donaire el
modo de vida de la época, una costumbre popular o un tipo humano
representativo. Algunas veces estos artículos o cuadros de costumbres -como en
el caso de Larra- poseen un fuerte carácter satírico.
El costumbrismo -inducido por la afición
francesa a este género- responde al deseo romántico de exaltar lo distinto,
extraño y peculiar. Y sus textos no exigían ser extensos, se publicaban
fácilmente en los periódicos y contribuían a exaltar -los extranjeros lo habían
descubierto- el fuerte carácter romántico de nuestro país. Se publicaron
millares de artículos costumbristas.
COSTUMBRISMO Y
NOVELA
El costumbrismo obstaculizó el desarrollo
de la novela en España, ya que en este género predominan la narración y los
caracteres individuales, mientras que el cuadro de costumbres queda en simple
descripción, y sus personajes son tipos genéricos (el torero, el aguador, la
castañera...).
Fue mérito indiscutible de «Fernán
Caballero» (1796-1877), como veremos, el pasar de este costumbrismo
pintoresco, a la novela de costumbres contemporáneas, si bien en un grado
incipiente.
A pesar de su origen extranjero, el
género desempeñó la misión de ofrecer una prosa castiza, de inspiración
nacional, satirizar formas de vida afrancesada, presentando con cariño tipos y
formas de vida que, durante el siglo XVIII, se creyeron carentes de interés
literario. Por otra parte, su idioma hizo frente al alud de extranjerismos que
lo anegaban.
RAMÓN DE MESONERO
ROMANOS, “EL CURIOSO PARLANTE
Este famoso costumbrista nació y murió en
Madrid (1803-1882), cuyo pasado estudió. Perteneció a la Academia Española
(1838) y fue pacífico burgués, antirromántico y buen observador de la vida de
alrededor. Popularizó el seudónimo de El Curioso Parlante.
Cultivó sobre todo el costumbrismo, pero
escribió sus famosas Memorias de un setentón, viva evocación de personas
y sucesos que conoció entre 1808 y 1850. Reunió sus cuadros de costumbres en
los volúmenes Panorama matritense y Escenas matritenses, y entre
los más recordados figuran La calle de Toledo, Las ferias, El día de toros,
El Romanticismo y los románticos, etc. Intentó con poco éxito escribir
novelas: como hemos dicho, era quehacer reservado a “Femán Caballero”. Poseyó
agudeza ecuánime para observar a su alrededor, y un dominio castizo del
lenguaje.
MARIANO JOSÉ DE
LARRA, “FÍGARO”
Este importante escritor nació en Madrid
en 1809. Estudió en Burdeos (su padre, liberal, se había expatriado); vuelto a
España, prosiguió su formación en Madrid, Corella, Valladolid y Valencia. A los
diecisiete años opta por dedicarse solo a la literatura. Su fama como
articulista crece rápidamente. En 1829, contrae matrimonio; pero se separó
pronto de su esposa. En 1832, funda la revista El Pobrecito Hablador, y
fija sus planes: “Reírnos de las ridiculeces: esta es nuestra divisa; ser
leídos: este es nuestro objetivo; decir la verdad: este es nuestro medio”. Su
firma adquiere la máxima cotización periodística. Por causa de unos amores
ilícitos, quizá el desdén de su amada, se dio muerte de un pistoletazo en 1837.
Su carácter lo hizo poco agradable; Mesonero, que fue su amigo, habla de “su
innata mordacidad, que tan pocas simpatías le acarreaba”; pero se imponía por
su talento.
OBRA NO
PERIODÍSTICA
Larra debe su celebridad a los trabajos
periodísticos, como vamos a ver, pero cultivó otros géneros literarios. Así, la
poesía, siguiendo cauces neoclásicos, de tipo satírico como la Sátira
contra los vicios de la corte. E intentó el triunfo en el teatro adaptando
del francés No más mostrador, y con una tragedia histórica, Macías.
Este personaje (un trovador gallego a
quien dio muerte un marido celoso) es también protagonista de su única novela, El
doncel de don Enrique el Doliente, que es una de las mejores novelas
históricas españolas. El autor, a la manera romántica, se identifica con aquel
poeta del siglo XV que, como él, amó a una mujer casada.
ARTÍCULOS
PERIODÍSTICOS
Escribió más de doscientos artículos, en
que se funda su fama, firmándolos con diversos seudónimos: Andrés Niporesas,
El Pobrecito Hablador y Fígaro, que es el más conocido. Tales
trabajos suelen dividirse en tres grupos: de costumbres, de tema literario y de
tema político.
En los artículos costumbristas, no
es un observador ecuánime, como Mesonero; su mirada penetra con acerada ironía
y con sarcasmo en la vida española. Le mueve una patriótica intención
educadora; siente insatisfacción y dolor por la patria imperfecta, heredando la
postura de Cadalso (siglo XVIII), y se adelanta a la que mantendrán los
escritores del 98. Sus reproches son exactos, pero, a veces, heridores de tono.
Destacan, en este grupo, los artículos Corridas de toros (contra el
suplicio de estos animales por "dos docenas de fieras disfrazadas de
hombres”), El casarse pronto y mal (con experiencias autobiográficas), El
castellano viejo (contra la campechanía grosera), Vuelva usted mañana (sátira
de las oficinas públicas), etc.
Artículos literarios. Si en su vida y en sus ideas políticas
fue Larra un romántico exaltado, su educación francesa le impidió romper del
todo con los supuestos literarios neoclásicos (elogió a Moratín); escribió, sin
embargo, críticas ecuánimes sobre obras románticas de su tiempo, si bien con
reservas cuando no observaban las unidades de lugar, tiempo y acción.
Artículos políticos. Larra, educado en Francia, como hemos
dicho, mantuvo una ideología liberal y progresista con artículos políticos,
hostiles por igual al absolutismo y al carlismo. En algunos, se leen frases de
clara estirpe revolucionaria, como esta: "Asesinatos por asesinatos, ya
que los ha de haber, estoy por los del pueblo».
FAMA PÓSTUMA
Larra, olvidado durante algunos años,
conoció una entusiasta rehabilitación a principios del siglo XX. En 1901, “Azorín”
y Pío Baroja (escritores de la generación del 98) presiden el homenaje que
algunos escritores le rinden en el cementerio de San Nicolás; el primero lo
proclama “maestro de la presente juventud”. En 1902, sus restos fueron
trasladados, con los de Espronceda y el pintor Rosales, al Panteón de Hombres
Ilustres de San Justo. y la célebre tertulia que, en el café Pombo, presidía
Ramón Gómez de la Serna desde 1913, reservó siempre, simbólicamente, un asiento
para Larra.
El cual está considerado como uno de los
máximos escritores españoles. Sus principales valores son la ironía y el rigor.
Y lo más duradero de su obra, los artículos de costumbres, en que pone el dedo
en la llaga de inveterados males nacionales. Su visión de España encierra una
gran lección de amor, presentada con tintes desalentados y amargos.
SERAFÍN ESTÉBANEZ
CALDERÓN, “EL SOLITARIO”
Malagueño (1799), desempeñó altos cargos
políticos. Liberal en su juventud, evolucionó hacia una postura conservadora.
Fue notable arabista, y murió en Madrid en 1867. Publicó un libro de Poesías
y, entre otras obras en prosa, una novela histórica, Cristianos y moriscos.
Pero su libro más famoso es el conjunto
de cuadros de costumbres titulado Escenas andaluzas (1848). Son páginas
castizas y luminosas, con tipos populares -flamencos, “bailaoras”, bachilleres,
toreros... - y estampas llenas de color: ferias, romerías, bailes, etc., entre
las que destacan El bolero, Los filósofos del figón, La feria de Mairena y
Un baile en Triana. Son páginas llenas de simpático ingenio y
brillantez.
EL TEATRO EN LA ÉPOCA ROMÁNTICA
TRIUNFO DEL ROMANTICISMO EN EL TEATRO
El teatro neoclásico no logró calar en
los gustos españoles. A comienzos del siglo XlX, seguían aplaudiéndose las
obras del Siglo de Oro que, en general, toleraba la censura. Aquel teatro,
repudiado por los neoclásicos, atraía fuera de nuestras fronteras, precisamente
por no sujetarse a reglas, ser apasionado, brillante, lleno de extrañas
peripecias, y contar con acciones variadas que solo llegaban a confluir en los
desenlaces. Como es natural, los jóvenes autores españoles contaron con esta
tradición nacional para adherirse al Romanticismo. En definitiva, este suponía
una rehabilitación de lo propio. Y así, en pocos años, entre 1835 (Don
Álvaro) y 1844 (Don Juan Tenorio), se producen los mayores éxitos
del Romanticismo teatral; su perduración será más larga que la del género
lírico.
CARACTERES DEL DRAMA ROMÁNTICO
En cuanto a los temas, los
románticos prefieren los asuntos legendarios, caballerescos, aventureros, o
históricos nacionales. Aspirando a que el drama posea la vistosidad y
complicación de un tapiz, los argumentos no constan de una sola acción (hay acciones
paralelas), violan las tres unidades y mezclan lo cómico y lo dramático. El
drama suele tener cinco actos, en verso -con mucha variación de metros- o en
prosa y verso mezclados.
Y en cuanto a los fines, el teatro romántico no aspira a aleccionar
(como intentaban los neoclásicos) sino a conmover. Los protagonistas son seres
marcados por un destino extraño y singular, frente al tipo de comedia
moratiniana, aún vigente, burguesa y tranquila, ahora continuada por Bretón de
los Herreros.
De acuerdo con lo ya dicho en los dramas
románticos, abundan las escenas nocturnas y sepulcrales, desafíos, personajes
encubiertos y misteriosos, suicidios, alardes de gallardía o de cinismo. Y todo
acontece vertiginosamente.
UN ESCRITOR DE TRANSICIÓN: MARTÍNEZ DE LA
ROSA
Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862)
nació en Granada. Como político, intervino activamente en las Cortes de Cádiz.
Por sus ideas liberales, sufrió prisión; emigró a Francia y, vuelto a España,
es nombrado jefe del Gobierno (1833). Su política -de justo medio- naufragó
entre los extremismos de derecha y de izquierda. Sus contemporáneos le
aplicaron el estúpido mote de «Rosita la pastelera”, como si en política solo
hubiera practicado un eclectismo oportunista, y no hubiese padecido cárcel, destierro
y atentados en su lucha por la libertad.
Escribió sus primeras comedias bajo el
influjo de Moratín, y observancia neoclásica La niña en casa y la madre en
la máscara). Con una fórmula conciliatoria (era su carácter; y así afirma:
«en medio de la guerra encarnizada que mantienen en el día los dos campos
literarios opuestos [clásicos y románticos], creo que... la verdad está en un justo
medio)", introduce en ese esquema elementos románticos. Según él, el “justo
medio" consistía en tratar temas históricos nacionales, como querían los
románticos; y en aceptar solo la necesidad de la unidad de acción, sometiéndose
menos rígidamente a las de lugar y tiempo.
Ajustándose a este marco, que ya no es
clásico ni romántico todavía, escribe sus dos obras mejores, en 1830: Aben
Humeya y La conjuración de Venecia. Esta contiene escenas
sepulcrales, personajes misteriosos, locura, sentimentalismo, cantos a la
libertad, etc.
ÁNGEL SAAVEDRA, DUQUE DE RIVAS
Ángel de Saavedra y Ramírez de Baquedano
(1791-1865) fue cordobés. Luchó contra la invasión francesa, y, en política,
actuó como progresista exaltado; por ello, se le condenó a muerte, pero logró
escapar. Conoció en Malta a un eminente crítico inglés, que le hizo estimar
nuestro teatro clásico y lo convirtió al Romanticismo. Vivió en Francia y
regresó a Madrid en 1834, tras diez años de destierro. Hereda el ducado de
Rivas; y si salió de España neoclásico y liberal, ahora es romántico y
conservador. Desempeñó importantes cargos públicos y murió en Madrid en 1865.
Como casi todos los escritores de su
tiempo, comenzó adoptando una estética neoclásica en los géneros lírico (Poesías,
1814) y dramático (Lanuza, 1822). Su progresiva incorporación al
Romanticismo puede advertirse en poemas como El desterrado y, sobre
todo, en El moro expósito, y en el famoso drama Don Álvaro o la
fuerza del sino. Este se estrenó en 1835, en el madrileño teatro del
Príncipe, ante unos 1300 asistentes, que presenciaron el primer drama romántico
español; trata de las aventuras de un indiano que provoca el mal
involuntariamente, a quien la desgracia persigue hasta en el convento a que se
ha acogido para hacer penitencia, y que acaba suicidándose entre el fulgor de
los relámpagos. El público quedó desconcertado. Produjeron perplejidad la
mezcla del verso y la prosa; la introducción de muy bellas escenas costumbristas
en una trama violentamente pasional: la convivencia de personajes nobles con
arrieros, venteros y gente de baja condición; las casualidades, las pasiones
contrarias a la moral dominante, los desafíos, las tormentas, el patetismo del
final en que el protagonista muera clamando “¡Misericordia Señor,
misericordia!". Fueron más los siseos que los aplausos, y la crítica fue
hostil. Pero sirvió de brecha para que otros escritores hicieran triunfar el
gusto romántico en el teatro.
En 1841, Rivas publica los Romances
históricos, género bien romántico, que son, con Don Álvaro, los
pilares de su fama. Destaca, entre ellos, Un castellano leal, al que
luego aludiremos. Y escribió después algunas Leyendas, como El
aniversario, que narra cómo la población de Badajoz, dividida en dos
bandos, no asiste a una misa conmemorativa de la reconquista de la ciudad; y
los esqueletos de los reconquistadores ocupan los bancos.
ANTONIO GARCÍA GUTIÉRREZ
De familia artesana, nació en Chiclana
(Cádiz), en 1813. Se dedicó a las letras; y, falto de recursos, se alistó en el
ejército. Al estrenar El trovador (1836), el público, entusiasmado, le
obligó a saludar desde el escenario, instaurando así una costumbre vigente en
Francia. Nuevos éxitos lo libraron de la penuria económica. Al estallar la “Gloriosa”,
se sumó a los revolucionarios, con un himno contra los Borbones que alcanzó
gran popularidad. Murió en Madrid (1884).
Publicó libros de versos, pero debe su
renombre al drama romántico El trovador. El público del teatro
del Príncipe, que había asistido perplejo al estreno de Don Álvaro, se
rendía un año después ante este joven soldado de veintitrés años, que, pálido y
confuso, embutido en una levita prestada atropelladamente por su amigo Ventura
de la Vega, recibía unánimes aclamaciones. El Romanticismo había triunfado, por
fin, en el teatro español. Su argumento es novelesco, e inverosímil, pero
valiente, y poseen belleza emotiva muchas escenas, dramáticas y tiernas. Pero,
en los últimos años de su vida, sus obras dejaron de interesar: la moda
-realista ahora- había cambiado, y los nombres vigentes eran, sobre todo,
Tamayo y Echegaray.
JUAN EUGENIO HARTZENBUSCH
Hijo de un ebanista alemán y de madre
andaluza, nació en Madrid en 1806. Ejerció la profesión paterna, aunque su
vocación era la literatura. El éxito que obtuvo con Los amantes de Teruel (1837)
lo impulsó a continuar este camino. A fuerza de estudio y trabajo, llegó a
académico (años antes, había aspirado a ser conserje de esa Corporación) y a
director de la Biblioteca Nacional. Murió en Madrid (1880).
Compuso cuentos, poemas y artículos de
costumbres, pero su nombre merece ser recordado, sobre todo, como escritor
teatral. En el mismo teatro del Príncipe, escenario del gran triunfo de El
trovador, estrenó en 1837 el drama Los amantes de Teruel, que
fue acogido con vítores y bravos. La leyenda de Diego Marsilla (que marcha a
buscar fortuna para poder casarse con Isabel de Segura, dentro de un plazo
fijado, y que vuelve cuando ella, transcurrido el plazo, acaba de casarse con
otro; ambos jóvenes mueren de amor), había sido ya tratada por otros autores
del Siglo de Oro. Pero el nuevo drama -escrito en prosa y verso- era superior,
por la vehemencia de las pasiones, la complejidad de la trama y lo bien trazado
de los personajes. En esta y en sus restantes obras, supera a los demás
románticos en la creación de caracteres, cualidad notable y rara cuando el
teatro se fundaba en lo aventurero y en la bizarría de los personajes.
JOSÉ ZORRILLA
Nació en Valladolid en 1817. Inició los
estudios de leyes, pero los abandonó para dedicarse a la poesía. En el entierro
de Larra (1837), leyó unos versos emocionados que ganaron para él una fama que
no hará sino crecer. Su matrimonio con una viuda dieciséis años mayor que él,
fracasó, y huyendo de ella, marcha a Francia y, después, a Méjico (1855), donde
el emperador Maximiliano lo nombró director del Teatro Nacional. Al regresar a
España (1866) fue acogido con entusiasmo y honores. Volvió a casarse y, siempre
escaso de dinero, tenía que malvender sus obras (así, el Tenorio). Las
Cortes le otorgaron una pensión, en 1886. Murió en Madrid en 1893.
SU OBRA
Zorrilla asume los caracteres del
Romanticismo en su vertiente tradicional. Su vida fue un culto permanente a los
ideales de Religión y de Patria. Y escribió millares de versos, solicitado por
un público que veía en aquel narrador de leyendas hispanas, de milagros, de
dramas gallardos, al verdadero poeta nacional. De ahí que su obra, muy extensa,
posea bellezas abundantes y también estrepitosos fallos. Su poesía alcanza sus
momentos más felices cuando narra sucesos extraordinarios, o prodigios y
leyendas.
LAS LEYENDAS
Son lo mejor de su obra; consisten en
pequeños dramas contados como narraciones en verso; inversamente, sus dramas
son leyendas dialogadas, coloreadas a menudo con rasgos líricos. En esta fusión
de lo lírico, lo épico y lo dramático reside lo peculiar y distintivo de
Zorrilla. Las más importantes de sus leyendas son Margarita la Tornera y
A buen juez, mejor testigo. La primera narra un tema medieval: la Virgen
suple a una monja que ha escapado con su galán, y ha vuelto arrepentida. Mejor
es A buen juez, mejor testigo, versión de una leyenda toledana, según la
cual, el Cristo de la Vega, descolgando una mano de la cruz, testifica que
Diego Martínez, aunque ahora lo niega, había jurado casarse con Inés de Vargas
cuando volviera de la guerra de Flandes.
OBRAS DRAMÁTICAS DE ZORRILLA
Estrenó innumerables dramas, y entre sus
títulos principales figuran: El zapatero y el rey, sobre la muerte del
rey don Pedro; Traidor, inconfeso y mártir, acerca del célebre pastelero
de Madrigal, que se hizo pasar por don Sebastián rey de Portugal; pero la más
famosa de sus obras, representada aún como un rito en muchas ciudades
españolas, a principios de noviembre, es Don Juan Tenorio (1844). En él
desarrolla el tema del famoso burlador de Sevilla, tratado por Tirso de Molina
(en el siglo XVII) y por otros autores españoles y extranjeros. Es obra
desigual, de briosos pasajes y ripios sin cuento; pero es quizá la obra más
querida de los españoles, con aquel conjunto de hidalguías, misterios de
ultratumba, caprichos, astucias, generosidades y arrepentimientos.
LA COMEDIA EN ESTA ÉPOCA: MANUEL BRETÓN
DE LOS HERREROS
Este simpático escritor riojano
(1796-1873) inició aún joven su larga carrera teatral. Fue director de la Biblioteca
Nacional. Murió en Madrid en 1873 rodeado de honores oficiales; no en vano
había escrito, aparte traducciones, ciento tres comedias originales,
fieles a su maestro Moratín.
Sus títulos fundamentales son: A la
vejez viruelas, Muérete y verás y El pelo de la dehesa. Satirizó el
Romanticismo, pero algo del sentimentalismo romántico se filtra en alguna
comedia, como en Muérete y verás. El Romanticismo, que había fijado
rotundos patrones para el drama trágico, descuidó por completo el género cómico
y satírico, y Bretón no tenía más modelo de que echar mano que las cinco
comedias de Moratín, cuyo prestigio seguía siendo omnímodo. De ahí que,
mientras el drama romántico barre de los escenarios la tragedia neodásica, la
comedia, por obra de Bretón, continúe adscrita a las normas de aquella escuela.
No obstante, acoge temas, situaciones y tipos nuevos, y aporta un
desenfado gracioso en el diálogo. Y el costumbrismo, recién descubierto, le
proporcionaba oportunidades que su maestro no conoció. Pero faltó genialidad a
este agudo y rezagado neoclásico, que pudo haber dado testimonio de uno de los
momentos socialmente más apasionantes de la vida española.
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