IV EDAD
CONTEMPORÁNEA. (Siglo XIX)
10. ROMANTICISMO
I POESÍA
Las mesas se volcaron
¡Arriba! ¡Arriba! Amigo,
aclara tu mirada.
¿Por qué afanarse tanto?
¡Arriba! ¡Arriba! Amigo, y
deja ya tus libros,
o has de volverte loco.
El sol, sobre la cima alta de
la montaña,
un suave lustre fresco,
ha extendido por todo el
amplio campo verde
su primera dulzura en la
tarde amarilla.
¡Libros! Son una lucha
aburrida y sin fin.
Ven, amigo, y escucha al
verderón del bosque.
¡Qué música más dulce!
¡Cuánta sabiduría hay en él,
por mi vida!
¡Escucha! ¡Cuán alegre es el
canto del tordo,
orador nada ruin!
Acércate a la luz de las
cosas y deja
que la Naturaleza sea la que
te enseñe.
Ella alberga un tesoro de
riquezas dispuestas
para bendecir nuestros
corazones y mentes,
un saber espontáneo que
respira salud,
una verdad inspirada que
respira alegría.
Un impulso del bosque en
primavera puede
enseñar más del hombre,
de la moral del bien y del
mal, que los sabios
mejores reunidos.
Es precioso el saber de la
Naturaleza.
La mente, entrometida,
desfigura las formas hermosas
de las cosas.
Las matamos primero, luego
las disecamos.
Basta de ciencia y de arte;
cierra esas hojas yermas.
Ven hacia aquí trayendo
contigo un corazón
que mire y que reciba.
(William WORDSWORTH)
La rima del anciano marinero
(Fragmento)
Y el viento que llegaba rugía con más ruido,
las velas suspiraban como un campo de espigas,
y de una sola nube negra caía lluvia.
La Luna era tan sólo un leve filo.
La densa nube negra se partió, y todavía
la Luna estaba al lado:
como aguas disparadas desde lo alto de un risco,
sin abrir desgarrón, descendió el rayo,
un río ancho y abrupto.
Ese ruidoso viento nunca llegó hasta el barco,
¡y sin embargo, ahora el barco iba adelante!
Bajo el rayo y la Luna
los muertos emitieron un gemido.
Gimieron, se movieron, se incorporaron todos,
sin hablar ni mover
los ojos: era extraño incluso en sueños,
haber visto esos muertos levantarse.
El timonel guió el barco en movimiento,
pero no sopló brisa;
los marineros fueron a las jarcias de nuevo,
como era su costumbre,
levantaron sus miembros como útiles sin vida:
como tripulación espectral allí estábamos.
El cadáver del hijo de mi hermano,
con sus rodillas junto a las mías, se irguió;
el cadáver y yo tirábamos del mismo
cable, pero sin que él dijera nada.
«¡Te tengo miedo, anciano Marinero!»
¡Puedes estar tranquilo, Invitado a la Boda!
No era que aquellas almas, que con dolor huyeron,
volvieran a sus cuerpos,
sino un tropel de espíritus benditos.
Pues cuando amaneció, con los brazos caídos,
alrededor del mástil se agolparon:
lentamente salieron de sus bocas sonidos
dulces y de sus cuerpos se marcharon.
(Samuel Taylor COLERIDGE)
Caín
(Fragmento)
CAíN: ¿Vas a
enseñarme todo?
LUCIFER: Con
una condición.
CAíN: Dila.
LUCIFER:
Debes postrarte y debes adorarme:
Señor tuyo.
CAíN: Tú no
eres el Señor que mi padre
adora.
LUCIFER: No.
CAíN: ¿Su
igual?
LUCIFER: No;
no tengo con Él
nada en
común. Ni quiero: querría estar encima
debajo, mas no compartir su poder
o servirle.
Yo vivo aparte, mas soy grande:
muchos hay
que me adoran, y más habrá; sé tú
uno de los
primeros.
CAíN: Yo
nunca me he inclinado
ante el Dios
de mi padre, aunque mi hermano Abel
a menudo me
implora que me una en sacrificio con él. ¿Por qué tendría que inclinarme ante
ti?
LUCIFER:
¿Nunca te has inclinado ante Él?
CAíN: ¿N o
te lo he dicho?
¿He de
decirlo? ¿Acaso tu saber poderoso
no es capaz
de enseñártelo?
LUCIFER:
Quien no se inclina ante Él se ha inclinado ante mí.
CAíN: Pero
yo ante ninguno
me inclino,
de los dos.
LUCIFER: De
todos modos, tú eres
un adorador
mío: el no adorarle a Él
te hace mío,
lo mismo.
CAíN: ¿Y eso
qué es?
LUCIFER: Lo
sabrás
aquí -y
después de aquí-
CAíN:
Enséñame el misterio
tan sólo de
mi ser.
LUCIFER:
Sígueme a donde vaya.
(Lord BYRON )
Oda al cielo
(Fragmento)
¡Oh techumbre sin nubes del palacio
de la noche! ¡Dorado paraíso
de la luz! ¡Silencioso y vasto espacio
que hoy como ayer relumbras!... ¡Cuanto quiso
y cuanto quiere en ti descansa;
el presente y pasado de la eterna
edad del hombre eres! ¡Lumbre mansa
de su templo y hogar! ¡Cámara interna
de su gran soledad! ¡Bóveda oscura
y dosel sempiterno y transparente
del porvenir, que teje su futura
edad desde la sombra del presente!
Formas gloriosas viven de tu vida:
la tierra y la terrena muchedumbre;
las vivientes esferas donde anida
la luz, como la nieve en una cumbre;
la hondura del abismo y el desierto;
los verdes orbes que te surcan suaves;
y los astros que van cual surco abierto
en la espuma del mar tras de las naves;
la helada luna deslumbrada y fría;
y, más allá de tu nocturno velo,
los soles poderosos de alegría
abren su intensa luz a todo el cielo.
¡Como el del mismo Dios tu nombre suena,
oh cielo! En tu mansión secreta habita
la Potencia divina que lo llena,
y es el cristal en donde ve infinita
el hombre su mortal naturaleza.
Una tras otra, las generaciones
se arrodillan al pie de tu belleza,
y te brindan, aladas, sus canciones.
Sus efímeros dioses y ellos mismos
pasan igual que un río cuando crece
sin un eco dejar en sus abismos.
Pero tu luz eterna permanece.
(Percy Bysshe SHELLEY)
¿Por qué reí esta noche?
¿Por
qué reí esta noche? Ninguna voz lo dice;
ningún
dios ni demonio de severa respuesta
se
digna replicar desde cielo o infierno.
Así,
a mi corazón humano me dirijo:
¡Corazón!
Tú y yo estamos aquí tristes y solos;
escúchame:
¿por qué reí? ¡Oh dolor mortal!
¡Oh
tiniebla, tiniebla! Siempre habré de gemir
interrogando
a Cielo, Infierno y Corazón.
¿Por
qué reí? Este plazo de ser que se me ha dado
lleva
mi fantasía a sus más altas dichas;
pero
acabar querría hoy mismo, a medianoche,
viendo
rotas las claras banderas de este mundo:
verso,
fama, belleza son mucho, ciertamente,
pero
la muerte es más: el premio de la vida.
(John KEATS)
Fantasía del atardecer
Ante su choza en sombra, tranquilo está sentado
el labrador, mientras arde la parca lumbre.
Hospitalariamente resuena al caminante
crepuscular campana por la aldea apacible.
También, acaso vuelven los marinos al puerto
y en lejanas ciudades deja alegre al mercado
su rumor afanoso; bajo emparrado en calma,
íntima brilla la conversación de amigos.
Mas yo, ¿hacia dónde iré? Todos los hombres viven
de premios y trabajos; tras fatiga y descanso
alegre todo está. ¿Por qué nunca se duermen
en este pecho mío la angustia y la zozobra?
En esta tarde azul, la primavera abre,
rosas innúmeras florecen, quieto semeja
el mundo áureo. ¡Oh, llevadme hacia allá,
purpúreas nubes, y que allá arriba
en aire y luz se aneguen mi amor y sufrimiento!
Pero, como ahuyentado por inútil pregunta,
el encanto se va. La noche cae. Y bajo
el cielo, solitario estoy yo, como siempre.
Ven tú, dulce sopor. Anhela demasiado
el corazón; ahora, oh juventud, tú ya
también vas apagándote, soñolienta y tranquila.
Tranquila y reposada es la vejez entonces.
(Friedrich HÖLDERLIN)
Himnos
a la noche
(Fragmento)
Profunda tristeza
tiembla en las cuerdas del pecho.
Lejanías del recuerdo,
deseos de juventud,
sueños de la infancia,
cortas alegrías
de toda la larga vida
y vanas esperanzas
acuden con vestiduras grises,
como nieblas de la tarde
a la caída
del sol.
Allá queda el mundo
con sus abigarrados goces.
En otros espacios
la luz alzó
sus aéreos pabellones.
¿Ya no volvería jamás
a sus fieles hijos,
a sus jardines,
a su casa familiar?
Pero, ¿qué es lo que mana
tan fresco y placentero,
tan lleno de presentimientos,
bajo el corazón,
y disipa
la blanda brisa de la tristeza?
¿Tienes tú también
un corazón humano,
oscura noche?
¿Qué es lo que guardas
bajo tu manto,
que, invisiblemente poderoso,
llega hasta mi alma?
Te muestras sólo temible...
Precioso bálsamo
gotea en tu mano,
haz de adormideras.
En dulce embriaguez
despliegas las pesadas alas del corazón.
Y nos regalas alegrías
oscuras e indecibles,
secretas, como tú misma eres;
alegrías que nos dejan
presentir un cielo.
iQué pobre y pueril
se me aparece la luz
con sus pintarrajeadas cosas;
qué gozosa y bendita
la ausencia del día!
(NOVALIS)
Yo amo una flor
Yo amo a una flor, pero ignoro
cuál es esa hermosa flor;
y esa es la fuente de donde
mi desventura brotó.
Todos los cálices miro
para hallar su corazón.
Las flores dan sus perfumes
cuando expira el claro sol;
sus cantos enamorados
al viento da el ruiseñor;
un corazón tan amante
como el mío busco yo;
un corazón tan sensible
como mi fiel corazón.
Triste el ruiseñor eleva
su melancólica voz,
y la dulce melodía
comprendo de su canción.
¡Qué tristes los dos estamos!
¡Qué fatigados los dos!
(Heinrich HEINE )
Al despuntar el alba
Al despuntar el alba, cuando
el campo blanquea
partiré, pues conozco, pues
sé que tú me aguardas.
Iré por la espesura, iré por
las montañas.
Lejos de ti no puedo
permanecer más tiempo.
Con la mirada puesta en mis
cosas iré.
Sin ver en torno mío, sin oír
ruido alguno,
solo, desconocido, las manos
a la espalda,
triste, siendo los días para
mí como noches.
No miraré ni el oro de la
tarde que muere,
ni, a lo lejos, las velas
dirigiéndose a Hanfleur,
y pondré a mi llegada, encima
de tu tumba,
algo de verde acebo y de
brezo florido.
(Victor HUGO )
A sí mismo
Descansarás ahora para siempre,
cansado corazón. Murió el último engaño:
el creerme yo eterno. Murió. Bien siento
que de amados engaños
no sólo la esperanza, hasta el deseo ha muerto.
Reposa para siempre.
Bastante palpitaste. No valen cosa alguna
tus latidos, ni es digna de suspiros la tierra.
Amargura y hastío
es tan sólo la vida, y fango el mundo.
Cálmate. Desespera
ya por última vez. A nuestra especie el hado
sólo le dio el morir. Despréciate a ti mismo,
a la Naturaleza, al horrendo poder
que, oculto, impera para el común daño,
y la infinita vanidad de todo.
(Giacomo LEOPARDI)
Martín Fierro
(Fragmento)
Monté y me encomendé a Dios,
rumbiando para otro pago;
que el gaucho que llaman vago
no puede tener querencia
y ansí, de estrago en estrago,
vive llorando la ausencia.
Él anda siempre juyendo.
Siempre pobre y perseguido;
no tiene cueva ni nido,
como si juera maldito;
porque el ser gaucho ..., ¡barajo!
el ser gaucho es un delito.
Le echan la agua del bautismo
a aquél que nació en la selva.
«Buscá madre que te envuelva»,
le dice el flaire, y lo larga,
y dentra a cruzar el mundo
como burro con la carga.
No tiene hijos, ni mujer,
ni amigos, ni protectores,
pues todos son sus señores,
sin que ninguno lo ampare;
tiene la suerte del güey,
¿y dónde irá el güey que no are?
Él nada gana en la paz,
y es el primero en la guerra;
no lo perdonan si yerra,
que no saben perdonar,
porque el gaucho en esta tierra
sólo sirve pa votar.
Para él son los calabozos,
para él las duras prisiones,
en su boca no hay razones
aunque la razón le sobre;
que son campanas de palo
las razones de los pobres.
(José HERNÁNDEZ)
11. REALISMO Y NATURALISMO
II LA
NOVELA
Madame Bovary
Primera parte: Capítulo IX
La novela se divide en tres partes. la primera
está dedicada a contar cómo Carlos, ya médico y casado, conoce a Emma, con la
que contrae matrimonio al quedar viudo, así como la vida sin alicientes de la
pareja. Flaubert hace hincapié especialmente en el análisis psicológico de la
joven y en su decepcionante vida conyugal. Sólo la invitación a una fiesta en
casa del marqués de Andervilliers aumenta las fantasías de la recién casada.
Después
de la cena leía un poco; pero el calor de la estancia, unido a la digestión, le
hacía dormir al cabo de cinco minutos; y se quedaba allí, con la barbilla
apoyada en las dos manos y el pelo caído como una melena hasta el pie de la
lámpara. Emma lo miraba encogiéndose de hombros. ¿Por qué no tendría al menos
por marido a uno de esos hombres de entusiasmos callados que trabajaban por la
noche con los libros y, por fin, a los sesenta años, cuando llega la edad de
los reumatismos, lucen una sarta de condecoraciones sobre su traje negro mal
hecho? Ella hubiera querido que este nombre de Bovary, que era el suyo, fuese
ilustre; verlo exhibido en los escaparates de las librerías, repetido en los
periódicos, conocido en toda Francia. ¡Pero Carlos no tenía ambición! Un médico
de Yvetot, con quien había coincidido muy recientemente en una consulta, le
había humillado un poco en la misma cama de un enfermo, delante de los
parientes reunidos. Cuando Carlos le contó por la noche lo sucedido, Emma se
deshizo en improperios contra el colega. Carlos se conmovió. La besó en la
frente con una lágrima. Pero ella estaba exasperada de vergüenza, tenía ganas
de pegarle, se fue a la galería a abrir la ventana y aspiró el aire fresco para
calmarse.
-¡Qué
pobre hombre!, ¡qué pobre hombre! -decía en voz baja, mordiéndose los labios.
Por
lo demás, cada vez se sentía más irritada contra él. Con la edad, Carlos iba
adoptando unos hábitos groseros; en el postre cortaba el corcho de las botellas
vacías; al terminar de comer, pasaba la lengua sobre los dientes; al tragar la
sopa, hacía una especie de cloqueo y, como empezaba a engordar, sus ojos, ya
pequeños, parecían subírsele hacia las sienes por la hinchazón de los pómulos.
Emma
a veces le ajustaba en su chaleco el ribete rojo de sus camisetas, le arreglaba
la corbata o escondía los guantes desteñidos que se iba a poner; y esto no era,
como él creía, por él; era por ella misma, por exceso de egoísmo, por
irritación nerviosa. A veces también le hablaba de cosas que ella había leído,
como de un pasaje de una novela, de una nueva obra de teatro, o de la anécdota
del «gran mundo» que se contaba en el folletón; pues, después de todo, Carlos
era alguien, un oído siempre abierto, una aprobación siempre dispuesta. Ella
hacía muchas confidencias a su perra galga: se las hubiera hecho a los troncos
de la chimenea y al péndulo del reloj.
En
el fondo de su alma, sin embargo, esperaba un acontecimiento. Como los
náufragos, paseaba sobre la soledad de su vida sus ojos desesperados, buscando
a lo lejos alguna vela blanca en las brumas del horizonte. No sabía cuál sería
su suerte, el viento que la llevaría hasta ella, hacia qué orilla la conduciría,
si sería chalupa o buque de tres puentes, cargado de angustias o lleno de
felicidades hasta los topes. Pero cada mañana, al despertar, lo esperaba para
aquel día, y escuchaba todos los ruidos, se levantaba sobresaltada, se
extrañaba que no viniera; después, al ponerse el sol, más triste cada vez,
deseaba estar ya en el día siguiente.
Volvió
la primavera. Tuvo sofocaciones con los primeros calores, cuando florecían los
perales. Desde principios de julio contó con los dedos cuántas semanas le
faltaban para llegar el mes de octubre, pensando que el marqués de
Andervilliers tal vez daría otro baile en la Vaubyessard. Pero todo septiembre
pasó sin cartas ni visitas.
Después
del fastidio de esta decepción, su corazón volvió a quedarse vacío, y entonces
empezó de nuevo la serie de jornadas iguales. Y ahora iban a seguir una tras
otra, siempre idénticas, inacabables y sin aportar nada nuevo. Las otras
existencias, por monótonas que fueran, tenían al menos la oportunidad de un
acontecimiento. Una aventura ocasionaba a veces peripecias hasta el infinito y
cambiaba el decorado. Pero para ella nada ocurría ¡Dios lo había querido! El
porvenir era un corredor todo negro, que tenía en el fondo su puerta bien
cerrada.
Abandonó
la música. ¿Para qué tocar?, ¿quién la escucharía? Como nunca podría, con un
traje de terciopelo de manga corta, en un piano de Erard, en un concierto,
tocando con sus dedos ligeros las teclas de marfil, sentir circular como una
brisa a su alrededor como un murmullo de éxtasis, no valía la pena aburrirse
estudiando. Dejó en el armario las carpetas de dibujo y el bordado. ¿Para qué?
La costura le irritaba.
-Lo
he leído todo -se decía. y se quedaba poniendo las tenazas al rojo en la
chimenea o viendo caer la lluvia.
¡Qué
triste se ponía los domingos cuando tocaban a vísperas! Escuchaba, en un atento
alelamiento, sonar uno a uno los golpes de la campana cascada. Algún gato sobre
los tejados, caminando lentamente, arqueaba su lomo a los pálidos rayos del
sol. El viento, en la carretera, arrastraba nubes de polvo. A lo lejos, de vez
en cuando, aullaba un perro, y la campana, a intervalos iguales, continuaba su
sonido monótono que se perdía en el campo.
Segunda parte: Capítulo IX
La pareja se traslada a un pequeño pueblo, cerca
de Ruán, donde hacen nuevas amistades y tienen una niña. Emma intima con León,
un joven pasante de abogado, pero su repentina marcha a París la deja de nuevo
presa de la soledad y el aburrimiento. Es entonces cuando conoce a Rodolfo, un
galán rico, apuesto y experimentado que parece encarnar todas sus fantasías, y
se hace su amante.
Y
cuando quedó libre de Carlos, Emma subió a encerrarse en su habitación. Al
principio notó como un mareo; veía los árboles, los caminos, las cunetas, a
Rodolfo, y se sentía todavía estrechada entre sus brazos, mientras que se
estremecía el follaje y silbaban los juncos.
Pero
al verse en el espejo se asustó de su cara. Nunca había tenido los ojos tan
grandes, tan negros ni tan profundos. Algo sutil, esparcido sobre su persona,
la transfiguraba. Se repetía: «¡Tengo un amante!, ¡un amante!», deleitándose en
esta idea, como si sintiese renacer en ella otra pubertad. Iba, pues, a poseer,
por fin, esos goces del amor, esa fiebre de felicidad que tanto había ansiado.
Penetraba en algo maravilloso donde todo sería pasión, éxtasis, delirio; una
azul inmensidad la envolvía, las cumbres del sentimiento resplandecían bajo su
imaginación, y la existencia ordinaria no aparecía sino a lo lejos, muy abajo,
en la sombra, entre los intervalos de aquellas alturas.
Entonces
recordó a las heroínas de los libros que había leído y la legión lírica de esas
mujeres adúlteras empezó a cantar en su memoria con voces de hermanas que la
fascinaban. Ella venía a ser como una parte verdadera de aquellas imaginaciones
y realizaba el largo sueño de su juventud, contemplándose en ese tipo de
enamorada que tanto había deseado. Además, Emma experimentaba una satisfacción
de venganza. ¡Bastante había sufrido! Pero ahora triunfaba, y el amor, tanto
tiempo contenido, brotaba todo entero a gozosos borbotones. Lo saboreaba sin
remordimiento, sin preocupación, sin turbación alguna.
El
día siguiente pasó en una calma nueva. Se hicieron juramentos. Rodolfo la
interrumpía con sus besos; y ella lo contemplaba con los párpados entornados,
le pedía que siguiera llamándola por su nombre y que repitiera que la amaba.
Esto era en el bosque, como la víspera, en una cabaña de almadreñeros. Sus
paredes eran de paja y el tejado era tan bajo que había que agacharse. Estaban
sentados, uno junto al otro, en un lecho de hojas secas.
A
partir de aquel día se escribieron regularmente todas las tardes. Emma llevaba
su carta al fondo de la huerta, cerca del río, en una grieta de la terraza.
Rodolfo iba a buscarla allí y colocaba otra, que ella tildaba siempre de muy
corta.
Una
mañana en que Carlos había salido antes del amanecer, a Emma se le antojó ver a
Rodolfo al instante. Se podía llegar pronto a la Huchette, permanecer allí una
hora y estar de vuelta en Yonville cuando todo el mundo estuviese aún
durmiendo. Esta idea la hizo jadear de ansia, y pronto se encontró en medio de
la pradera, donde caminaba a pasos rápidos sin mirar hacia atrás.
Empezaba
a apuntar el día. Emma, de lejos, reconoció la casa de su amante, cuyas dos
veletas en cola de milano se recortaban en negro sobre el pálido crepúsculo.
Pasado el corral de la granja había un cuerpo de edificio que debía de ser el
palacio. Ella entró como si las paredes, al acercarse, se hubieran separado por
sí solas. Una gran escalera recta subía hacia el corredor. Emma giró el
pestillo de una puerta, y de pronto, en el fondo de la habitación, vio a un
hombre que dormía. Era Rodolfo. Ella lanzó un grito.
-¡Tú
aquí! ¡Tú aquí! -repetía él-. ¿Cómo has hecho para venir?... ¡Ah, tú vestido
está mojado!
-¡Te
quiero! -respondió ella pasándole los brazos alrededor del cuello.
Tercera parte: Capítulo VI
Emma le propone a Rodolfo fugarse pero, a última
hora, él la abandona y ella cae en la desesperación. Por otra parte, para
satisfacer sus caprichos, se va endeudando a espaldas del marido. En un viaje a
Ruán tropieza con León.
La tercera parte narra los encuentros de Emma
con León, los apremios de la justicia por sus deudas, la angustiosa petición de
ayuda a sus conocidos, incluso a Rodolfo, y su suicidio por envenenamiento.
Acaba la novela con el descubrimiento de la verdad por Carlos y con su súbita
muerte.
Después,
reflexionando, advirtió León que su amante adoptaba unas actitudes extrañas, y
que quizás no estuvieran equivocados los que querían separarle de ella. En
efecto, alguien había enviado a su madre una larga carta anónima, para avisarla
de que su hijo se estaba perdiendo con una mujer casada; y enseguida la buena
señora, entreviendo el eterno fantasma de las familias, es decir, la vaga
criatura perniciosa, la sirena, el monstruo que habitaba fantásticamente en las
profundidades del amor, escribió al notario Dubocage, su patrón, el cual estuvo
muy acertado en este asunto. Pasó con él tres cuartos de hora queriendo abrirle
los ojos, advertirle del precipicio. Tal intriga dañaría más adelante su
despacho. Le suplicó que rompiese, y si no hacía su sacrificio por su propio
interés, que lo hiciese al menos por él, ¡Dubocage!
León
había jurado, por fin, no volver a ver a Emma; y se reprochaba no haber mantenido
su palabra, considerando lo que aquella mujer podría todavía acarrearle de líos
y habladurías, sin contar las bromas de sus compañeros, que se despachaban a
gusto por la mañana alrededor de la estufa. Además, él iba a ascender a primer
pasante de notaría: era el momento de ser serio. Por eso renunciaba a la
flauta, a los sentimientos exaltados, a la imaginación, pues todo burgués, en
el acaloramiento de la juventud, aunque sólo fuese un día, un minuto, se creía
capaz de inmensas pasiones, de altas empresas. El más mediocre libertino soñó
con sultanas; cada notario lleva en sí los restos de un poeta.
Ahora
se aburría cuando Emma, de repente, se ponía a sollozar sobre su pecho; y su
corazón, como la gente que no puede soportar más que una cierta dosis de
música, se adormecía de indiferencia en el estrépito de un amor cuyas
delicadezas ya no distinguía.
Se
conocían demasiado para gozar de aquellos embelesos de la posesión que
centuplicaban su gozo. Ella estaba tan hastiada de él como él cansado de ella.
Emma volvía a encontrar en el adulterio todas las soserías del matrimonio.
Pero
¿cómo poder desprenderse de él? Por otra parte, por más que se sintiese
humillada por la bajeza de tal felicidad, se agarraba a ella por costumbre o
por corrupción, y cada día se enviciaba más, agotando toda felicidad a fuerza
de quererla demasiado grande. Acusaba a León de sus esperanzas decepcionadas,
como si la hubiese traicionado; y hasta deseaba una catástrofe que le obligase
a la separación, puesto que no tenía el valor de decidirse a romper.
No
dejaba de escribirle cartas de amor, en virtud de esa idea de que una mujer
debe seguir escribiendo a su amante. Pero al escribir veía a otro hombre, a un
fantasma hecho de sus más ardientes recuerdos, de sus más bellas lecturas, de
sus más acuciantes deseos; y, por fin, se le hacía tan verdadero y accesible
que palpitaba maravillada, sin poder, sin embargo, imaginarlo claramente; hasta
tal punto se perdía como un dios bajo la abundancia de sus atributos. Aquel fantasma
habitaba el país azulado donde las escalas de seda se mecen colgadas de los
balcones, bajo el soplo de las flores, al claro de luna. Ella lo sentía a su
lado, iba a venir y la raptaría toda entera en un beso. Después volvía a
desplomarse, rota, pues aquellos impulsos de amor imaginario la agotaban más
que las grandes orgías.
Ahora
sentía un cansancio incesante y total. A menudo incluso recibía citaciones
judiciales, papel timbrado que apenas miraba. Hubiera querido no seguir
viviendo o dormir ininterrumpidamente.
El
día de Carnaval no volvió a Yonville; por la noche fue al baile de máscaras. Se
puso un pantalón de terciopelo y unas medias rojas, una peluca con un lacito en
la nuca y un tricornio caído sobre la oreja. Saltó toda la noche al son furioso
de los trombones; hacían corro a su alrededor; y por la mañana se encontró en
el peristilo del teatro entre cinco o seis máscaras, mujeres de rompe y rasga y
marineros, camaradas de León, que hablaban de ir a cenar.
Los
cafés de alrededor estaban llenos. Vieron en el puerto un restaurante de los
más mediocres, cuyo dueño les abrió, en el cuarto piso, una pequeña habitación.
Los hombres cuchicheaban en un rincón, sin duda consultándose sobre el gasto.
Había un pasante de notario, dos estudiantes de medicina y un dependiente: ¡qué
compañía para ella! En cuanto a las mujeres, Emma se dio cuenta pronto, por el
timbre de sus voces, de que debían de ser casi todas de ínfima categoría.
Entonces tuvo miedo, retiró hacia atrás su silla y bajó los ojos.
(Gustave FLAUBERT)
III EL
CUENTO
Veraneantes
Por
el andén de una colonia de veraneo se estaba paseando una pareja de recién
casados. Él tenía enlazada a su esposa por el talle, ella se apretaba contra él
y ambos eran felices. Por entre unos jirones de nube, la luna los miraba y se
enfurruñaba: probablemente sentía envidia y pena por su aburrida e inútil
virginidad. El aire inmóvil se hallaba densamente impregnado de aromas de lila
y cerezo silvestre.
-¡Qué
agradable, Sasha! -decía la esposa-. Todo parece un sueño. ¡Mira qué
bosquecillo tan dulce y acogedor! ¡Qué encanto tienen esos firmes y silenciosos
postes telegráficos! Dan vida al paisaje, Sasha, y nos dicen que allí, en otro
lugar, hay gente... civilización... ¿No te gusta que el viento haga llegar
débilmente hasta tus oídos el ruido de un tren en marcha?
-Sí...
¡Pero qué calientes tienes las manos! Es porque te emocionas, Varia... ¿Qué
tenemos hoy para cenar?
-Gazpacho
y pollo... De la ciudad han traído también para ti sardinas y lomo de esturión
cecinado.
La
luna se escondió tras una nube, como si hubiera olfateado rapé. La felicidad
humana le hizo recordar su soledad, su cama vacía más allá de bosques y
valles...
-¡Viene
un tren! -dijo Varia-. ¡Qué agradable!
A
lo lejos aparecieron tres ojos luminosos. Salió al andén el jefe del apeadero.
Entre los rieles comenzaron a refulgir, aquí y allí, las luces de señales.
-Cuando
el tren haya pasado, nos iremos a casa -dijo Sasha, bostezando-. ¡Qué felices
somos tú y yo, Varia! ¡Tan felices, que hasta parece increíble!
El
oscuro espantajo se arrastró silenciosamente hasta el andén y se detuvo. Por
las ventanillas semialumbradas de los vagones comenzaron a verse rostros
somnolientos, sombreros, hombros...
-¡Viva!
¡Viva! -se oyó exclamar en un vagón-. ¡Varia y su marido han venido a
esperamos! ¡Ahí están! ¡Varienka!... ¡Varienka! ¡Eh!
Del
vagón saltaron dos niñas, que se colgaron del cuello de Varia. Tras ellas
fueron apareciendo una dama gorda, entrada en años, y un señor alto, delgado,
de patillas canosas; luego dos colegiales cargados de bultos; tras los
colegiales, la institutriz y, tras la institutriz, la abuela.
-¡Aquí
nos tienes, amigo mío! -comenzó a decir el señor de las patillas, estrechando
la mano a Sasha-. ¡Ya estarías cansado de esperar, seguro! ¡A lo mejor has
estado poniendo bueno a tu tío porque no venía! ¡Kolia, Kostia, Nina, Fifa...
hijos! ¡Dad un beso al primo Sasha! Venimos a verte, con toda la pollada, por
tres o cuatro días. Espero que no te estorbaremos, ¿eh? Ya sabes, sin
cumplidos, ¿eh? Te lo suplico.
Al
ver al tío con toda la familia, los esposos se horrorizaron. En la imaginación
de Sasha se dibujó el cuadro: él y su mujer cediendo a los huéspedes sus tres
habitaciones, las almohadas y las mantas; el lomo de esturión cecinado, las
sardinas y el gazpacho desapareciendo en un segundo; los primos arrancando las
flores, vertiendo la tinta, vociferando; la tía hablando días enteros de sus
enfermedades y de que es baronesa de nacimiento... Y Sasha mira con odio a su
joven esposa y le dice al oído:
-¡Es
a ti a quien han venido a ver...! ¡Mal rayo los parta!
-No,
¡a ti! -respondió ella, pálida, también con odio y con rabia-. ¡Éstos no son
mis parientes, son los tuyos!...
-Y
volviéndose a los recién llegados, dijo con amable sonrisa:- ¡Bienvenidos!
Por
detrás de la nube otra vez se asomó, flotando, la luna. Parecía sonreír,
contenta de no tener parientes. Sasha volvió la cabeza para esconder de los
huéspedes su rostro enojado, desesperado, y dijo, esforzándose por dar a su voz
una inflexión alegre y cordial:
-¡Bienvenidos!
¡Bienvenidos, queridos huéspedes!
(Antón CHÉJOV)
12. POSROMANTICISMO
I.
PARNASIANISMO Y SIMBOLISMO EN FRANCIA
Arte poética
Sea la música antes que todo;
para ello el verso Impar prefiere,
porque es más vago, más vaporoso,
nada de pose, nada que pese.
No te obsesiones en perseguir
esa palabra precisa y justa:
nada más grato que el canto gris
que lo Indeciso a lo Exacto junta.
Son tras un velo unos bellos ojos,
es a la tarde la luz que tiembla,
es en el cielo suave de otoño
un aleteo azul de estrellas.
Así, el Matiz siempre busquemos.
¡Siempre matices, el Color nunca!
Con los matices juntar podemos
sueños con sueños, música y música.
Abandona la Burla asesina,
el cruel Chiste y la Risa impura,
que como el ajo de ruin cocina
al Azul puro los ojos nublan.
A la Elocuencia ve y estrangula,
y harás muy bien en dominar
la Rima fácil, con mano dura.
Si te descuidas, te arrastrará.
¡Ah, cuánto engaño encierra la Rima!
¿Qué niño sordo o qué negro necio
forjó esta joya falsa y sin precio
que suena a hueco bajo la lima?
¡Música ahora y música siempre!
Dos grandes alas pon a tus versos
y abre tu alma para que vuelen
a otros amores, hacia otros cielos.
Tu canto sea la buena nueva
que esparza el viento a la aventura
y que a tomillo y a menta huela.
El resto es todo literatura.
(Paul VERLAINE)
El durmiente del valle
En
el hondo verdor canta un arroyo claro,
que
espolvorea la hierba de jirones de plata,
en
que destella el sol de la agreste montaña.
Es
un pequeño valle donde espejean los rayos.
Desnuda
la cabeza, boquiabierto, un soldado
joven
hunde su nuca en los berros azules;
pálido
bajo el cielo, en la hierba acostado,
duerme
en su verde lecho, donde llueven las luces.
Los
pies entre gladiolos, duerme y sonríe como
reiría
soñando el niño más enfermo.
¡Naturaleza,
acúnalo con calor! Está helado.
Los
perfumes no hacen estremecer su rostro;
duerme
al sol, con su mano tranquila sobre el pecho.
Tiene
dos agujeros rojos en su costado.
(Arthur RIMBAUD)
Las flores del mal
La poesía
Es constante en Baudelaire la reflexión sobre la
esencia, los fines y los medios de la poesía. Ve la Belleza como un Ideal
inalcanzable pero que le sirve de consuelo al hombre. El poeta ha de
perseguirla estableciendo correspondencias o puentes de unión entre las
diversas realidades, para reconstruir la unidad del mundo; sagrada misión que
choca con su naturaleza humana, sujeta a las miserias y al pecado.
II
EL ALBATROS
Suelen, por divertirse, los
mozos marineros
cazar albatros, grandes pájaros
de los mares
que siguen lentamente,
indolentes viajeros,
al barco, que navega sobre
abismos y azares.
Apenas los arrojan allí,
sobre cubierta,
príncipes del azul, torpes y
avergonzados,
el ala grande y blanca
aflojan como muerta
y la dejan, cual remos, caer
a sus costados.
¡Qué débil y qué inútil ahora
el viajero alado!
Él, antes tan hermoso, ¡qué
grotesco en el suelo!
Con su pipa uno de ellos el
pico le ha quemado;
otro imita, renqueando, del
inválido el vuelo.
El poeta es igual... Allá
arriba en la altura,
¡qué importan flechas, rayos,
tempestad desatada!
Desterrado en el mundo,
concluyó la aventura:
¡sus alas de gigante no le
sirven de nada!
IV
CORRESPONDENCIAS
Naturaleza
es templo donde vivos pilares
dejan
salir a veces una palabra oscura;
entre
bosques de símbolos va el hombre a la ventura,
símbolos
que lo miran con ojos familiares.
Igual que
largos ecos lejanos, confundidos
en una
tenebrosa y profunda unidad,
vasta como
la noche y cual la claridad,
se
responden perfumes, colores y sonidos.
Así hay
perfumes frescos cual mejillas de infantes,
verdes
como praderas, dulces como el oboe,
y hay
otros corrompidos, estridentes, triunfantes,
de una
expansión de cosas infinitas henchidos,
como el
almizcle, el ámbar, el incienso, el aloe,
que cantan
los transportes del alma y los sentidos.
La mujer
Baudelaire oscila constantemente entre el amor y
el odio. la voluptuosidad y el instinto del mal, la belleza y la repulsión...,
entre la mujer sensual (que le inspira amor carnal y le sirve de refugio y
esperanza) y la abominable (un ser frívolo y siniestro que lo arrastra a la
destrucción). Pero no hay contradicción entre ambas, porque hasta la belleza
suele encerrar en sí el germen de la aniquilación.
XXIII
LA CABELLERA
¡Oh vellón que se riza casi hasta la cadera!
¡Oh bucles! ¡Oh perfume cargado de desvelo!
¡Éxtasis! Porque pueden poblar la alcoba entera
los recuerdos dormidos en esta cabellera,
agitarla en el aire quiero como un pañuelo.
El Asia perezosa y el África abrasada,
todo un mundo olvidado, remoto, se consume
en tus profundidades, floresta perfumada.
Como hay almas que bogan sobre música alada,
la mía, ¡oh amor, amor!, navega en tu perfume.
Yo me iré a donde el hombre, el árbol, el paisaje
desfallecer parecen de ardientes calenturas.
Fuertes trenzas, servidme vosotras de oleaje.
Hay en ti, mar de ébano, la promesa de un viaje
con velas, con remeras y altas arboladuras.
Un puerto rumoroso en donde yo he abrevado
largamente el sonido, el perfume, el color;
en donde los navíos, sobre el moaré dorado
del agua, abren los brazos hacia un cielo soñado,
puro y estremecido del eterno calor.
Con ansias de embriagarme hundiré mi cabeza
en ese negro océano que a otro mar ha encerrado;
mi espíritu sutil, por la onda acariciado,
sabrá recuperaros, ¡oh fecunda pereza!,
balanceo infinito del ocio embalsamado.
¡Oh cabellos sedosos, tinieblas extendidas,
me devolvéis el cielo que en su comba azulea!
En la noche de vuestras guedejas retorcidas
me embriago ardientemente de esencias confundidas,
el aceite de coco, el azmizcle y la brea.
¡Mi mano a esa melena ya por siempre le augura
la ofrenda del rubí, la perla y el zafir
para que a mi deseo nunca te muestres dura!
¿No eres tú cual oasis donde sueño, y la pura
esencia del recuerdo y de lo por venir?
XLIX
EL VENENO
Revestir
sabe el vino los augurios peores
de
un lujo milagroso,
y
hacer surgir un bello pórtico fabuloso
de
entre rojos vapores,
igual
que un sol de oro en un cielo brumoso.
El
opio lo hace todo desvaído, ilimitado
hasta
la infinidad;
ahonda
en el tiempo, y a la voluptuosidad
le
da un placer cansado;
colma
el alma por cima de su capacidad.
Mas
todo eso no vale el veneno vertido
por
tu verde mirada,
lago
donde mi espíritu se refleja invertido...
Mis
sueños han bebido
en
el amargo pozo de tus ojos, amada.
Todo
ello no vale ese placer nefando
que
tu saliva vierte,
y
me hunde en el olvido, y mi alma pervierte
mientras
la va arrastrando,
desfallecida,
a las riberas de la muerte.
La ciudad
Baudelaire es el poeta de la gran ciudad, con
sus luces, su gentío, sus ambientes nocturnos, sus lujos y sus miserias. Sus
descripciones no son realistas, sino simbólicas: la imagen de su propia alma,
que comparte con los transeúntes más desvalidos sus dolores y su soledad.
LXXXVII
EL SOL
Por
el viejo arrabal con casuchas, persianas
que
ocultan la lujuria, salgo por las mañanas
cuando
el sol ya redobla en los techos amigos,
sobre
muros y huertos, sobre campos y trigos,
a
ejercitar a solas mi fantástica esgrima
husmeando
en los rincones del azar y la rima,
y
tropezando a veces como en el empedrado
para
encontrar el verso largo tiempo soñado.
Este
padre nutricio, que odia enfermizas cosas,
en
los campos despierta los versos y las rosas,
hace
que las zozobras se evaporen con él
y
llena las colmenas y las almas de miel.
Rejuvenece
a quienes se apoyan en muletas,
haciéndolos
alegres como chicas coquetas,
y
a las mieses ordena madurar y crecer...
¡Corazón
inmortal, siempre has de florecer!
Cuando,
como el poeta, desciende a las ciudades,
ennoblece
hasta las más viles realidades,
y
como un rey, sin séquitos ni músicas marciales,
se
entra por los palacios y por los hospitales.
XCIII
A UNA TRANSEÚNTE
La
calle aturdidora en torno mío aullaba.
Alta,
fina, de luto, color majestuoso,
se
cruzó una mujer. Con un gesto precioso
recogía
la blonda que la brisa agitaba.
y
era ágil, noble, con su pierna de escultura.
Yo
bebí en el instante, embriagado y crispado,
en
su pupila -cielo de tormenta preñado-
placer
mortal y a un tiempo fascinante dulzura.
Un
relámpago ... ¡y noche! Fugitiva beldad
cuya
mirada me ha hecho de pronto renacer,
¿no
he de volver a verte sino en la eternidad?
¡Lejos,
lejos..., o tarde..., cuando no pueda ser!
Pues
dónde voy no sabes, ni yo sé adónde huiste,
¡tú,
a quien yo hubiera amado, tú, que lo comprendiste!
El Mal. El spleen
Baudelaire cree en el Ideal, pero también en el
poder universal del Mal. La persona no puede escapar de su naturaleza humana,
que la arrastra hacia lo más bajo. Su condición de poeta satánico y blasfemo
nace de su rebeldía ante quien nos condenó a ello. Y su spleen, su abatimiento,
tiene su origen también en esa desigual lucha entre el Ideal imposible y el Mal
inevitable.
CXVIII
LA NEGACIÓN DE SAN PEDRO
¿Qué
piensa Dios de esa ola terrible de anatemas
que
hasta sus serafines ascienden cada día?
Como
un tirano ahíto de manjares y vinos,
él
de nuestras blasfemias oye las letanías.
Los
sollozos del mártir y del ajusticiado
son
una sinfonía, a no dudar, magnífica,
pues
no obstante la sangre que cuesta a los humanos,
los
cielos no se cansan de escuchar su delicia.
¡Ah,
Jesús, no te olvides de la noche del huerto!
En
tu simplicidad, orabas de rodillas
ante
aquél que en el cielo, al ruido de los clavos
que
en tus pies y tus manos clavaban, sonreía.
Cuando
viste a la crápula de soldados borrachos
que
a tu divinidad suciamente escupían;
cuando
en esa cabeza, que es también la del hombre,
sentiste
que se hundía la corona de espinas;
cuando
tu cuerpo, débil y roto al desgajarse,
quebrada
la cintura, tus brazos distendía;
y
el sudor y la sangre corrían por tu frente,
y
un «¡Perdónalos, padre!» era tu boca lívida,
¿recordabas
los días luminosos, ¡tan bellos!,
en
que fiel a la eterna promesa aparecías
hollando
los caminos, alfombrados de flores,
de
palmas, de ramajes, en una mansa asnilla?;
¿dónde,
inflamado el pecho de valor y esperanza,
los
viles mercaderes esgrimir te veían
el
látigo? ¿Sentiste, antes que la lanzada
hiriendo
tu costado, que algo te remordía?
Cierto;
yo, por mi parte, gustoso dejaré
un
mundo en que el vivir y el soñar no armonizan.
¡Pudiera
usar la espada y morir por la espada!
¡San
Pedro renegó de Jesús... , bien hacía!
LXXVIII
SPLEEN
Cuando
el cielo caído pesa como una losa
sobre
el gimiente espíritu sumido en su letargo,
y
el horizonte es una terrible cosa
que
hace eterna la noche y el día más amargo;
cuando
el mundo es igual que un calabozo frío
donde,
como un murciélago a ciegas, bate el ala
la
esperanza en el muro, y se cuelga el hastío
de
los techos podridos, y la llovizna cala
las
paredes, dejando esos largos regueros
que
semejan las rejas de una vasta prisión,
y
cuando las arañas de alfileres arteros
van
tejiendo su tela en nuestro corazón,
hay
campanas que empiezan a sonar de repente,
lanzando
hacia los cielos sus fúnebres clamores,
como
gentes sin patria que van eternamente
gritando
su desdicha, su angustia, sus dolores.
Carrozas
funerales, en marcha silenciosa,
desfilan
por mi alma en lenta procesión;
la
esperanza vencida, la angustia victoriosa
clavan
sobre mi cráneo su negro pabellón.
El viaje
El tema más característico de Baudelaire es el
del viaje: un deseo de fuga radical, metafísica, que intenta a través del alcohol,
las drogas, el sexo, la vida bohemia... Disconforme con la realidad, aspira a
vivir en una "idealidad” apenas entrevista, libre de angustia, de culpa y
de pecado. Pero nada le lleva a ese paraíso y su último recurso a la huida está
en la Muerte, que él ve como una eternidad que ignora lo perecedero.
LXIX
LA MÚSICA
Hay
veces que la música me absorbe como el mar.
Dejando
blanca estela,
con
bruma o con luceros me lanzo a navegar...
¡Tendida
va la vela!
Adelantando
el pecho, de aire y de yodo henchido,
en
medio de la noche, por las olas mecido,
navego
descuidado.
y
me siento vibrar con todas las pasiones
lo
mismo que un navío;
el
viento favorable, la calma, los ciclones
son
igual que una cuna sobre el abismo inmenso.
Tan
quieto el mar a veces se queda que yo pienso
que
es el espejo de mi hastío.
CXXV
EL SUEÑO DE UN CURIOSO
¿Conoces,
como yo, la tortura gustosa,
Y
haces decir de ti: «¿Oh, qué hombre singular?»
Yo
iba a morir. Y aquello en mi alma amorosa
era
atracción y miedo, huir y desear.
Angustia
y esperanza, indefinible cosa.
En
el reloj de arena la hora iba a llegar;
mi
tortura se hacía áspera y deliciosa.
Mi
corazón perdía su mundo familiar.
Yo
estaba como el niño lleno de expectación
que
está esperando que se levante el telón...
Y
al fin se reveló la verdad dura y fría:
estaba
muerto y la terrible aurora
me
circundaba. ¿Cómo? ¿No había más ahora?
Estaba
alto el telón y la escena vacía.
(Charles BAUDELAIRE)
II. LA
POESÍA EN OTROS PAÍSES
Hojas de hierba
Dije que el alma no es más que el cuerpo,
y dije que el cuerpo no es más que el alma,
y que nada, ni Dios, es más que uno mismo.
Quien camina una milla sin amor, se dirige a su propio
funeral, envuelto en su propia mortaja;
y yo y tú, sin tener un centavo, podemos comprar lo más
precioso de la tierra,
y la mirada de unos ojos o una arveja en su vaina
confunden la sabiduría de todos los tiempos,
y no hay oficio ni profesión en los cuales el joven que
los sigue no pueda ser un héroe,
y no hay cosa tan frágil que no sea el eje de las
ruedas del universo,
y digo a cualquier hombre o mujer: Que tu alma esté
serena y en paz ante millones de universos.
y digo a la Humanidad: No hagas preguntas sobre Dios,
Porque yo, que pregunto tantas cosas, no hago preguntas
sobre Dios.
(No hay palabras capaces de expresar mi seguridad ante
Dios y la muerte.)
Escucho y veo a Dios en cada cosa, pero no lo comprendo
en lo más mínimo,
Ni comprendo cómo pueda existir algo más prodigioso que
yo mismo.
¿Por qué desearía yo ver a Dios mejor que en este día?
Algo veo de Dios en cada hora de las veinticuatro y en
cada uno de sus minutos,
En el rostro de los hombres y de las mujeres veo a
Dios, y en mi propio rostro en el espejo;
Encuentro cartas de Dios tiradas por la calle y su
firma en cada una,
y las dejo donde están porque sé que dondequiera que
vaya,
Otras llegarán puntualmente.
(Walt WHITMAN)
Versos sencillos
Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma,
y antes de morirme quiero
echar mis versos del alma.
Yo vengo de todas partes,
y hacia todas partes voy:
arte soy entre las artes,
en los montes, monte soy.
Oculto en mi pecho bravo
la pena que me lo hiere:
el hijo de un pueblo esclavo
vive por él, calla y muere.
Yo sé de un pesar profundo
entre las penas sin nombres:
¡La esclavitud de los hombres
es la gran pena del mundo!
Con los pobres de la tierra
quiero yo mi suerte echar:
el arroyo de la sierra
me complace más que el mar.
Mi verso es de un verde claro
y de un carmín encendido:
mi verso es un ciervo herido
que busca en el monte amparo.
Mi verso al valiente agrada:
mi verso, breve y sincero,
es del vigor del acero
con que se funde la espada.
Mi verso es como un puñal
que por el puño echa flor;
mi verso es un surtidor
que da un agua de coral.
(José MARTÍ)
III. LA
NOVELA INGLESA
La línea de sombra
Ante
todo me extrañó mi estado de ánimo. ¿Por qué no me sentía más sorprendido? ¿Por
qué? En un abrir y cerrar de ojos me veía investido de un mando, y no del modo
habitual, sino casi por arte de magia. Debía estar mudo de asombro, pero no.
Era como esos personajes de los cuentos de hadas, a los que nada sorprende.
Cenicienta, por ejemplo, no se admira cuando una carroza de gala, perfectamente
equipada, surge de una calabaza, para conducirla al baile. Muy tranquila, sube
a la carroza y parte hacia su encumbrado destino.
Como
si de un cuento de hadas se tratase, el capitán Ellis, esa especie de hada
feroz, había extraído del cajón de su escritorio un nombramiento de capitán.
Pero un mando es una idea abstracta, y me pareció una maravilla de segundo
orden hasta que, como un relámpago, me percaté de que implicaba la existencia
concreta de un barco.
¡Un
barco! ¡Mi barco! Aquel barco me pertenecía; su posesión y su custodia me
concernían más que ninguna otra cosa en el mundo; sería objeto de mi
responsabilidad y de mi devoción. Me esperaba allá lejos, encadenado por un
sortilegio, incapaz -como una princesa encantada- de moverse, de vivir, de recorrer
el mundo mientras yo no apareciese. Su llamada me había llegado del cielo.
Jamás había sospechado yo su existencia; ignoraba su aspecto. Apenas había oído
su nombre y, sin embargo, ya estábamos indisolublemente unidos para compartir
el futuro, destinados a hundimos o a navegar juntos.
Una
súbita pasión, hecha de ávida impaciencia, corrió por mis venas y provocó en mí
la sensación, que no he vuelto a experimentar con tal brío, de la intensidad de
la vida. Descubrí hasta qué punto era yo un marino, de corazón, de pensamiento
y, por así decido, físicamente; un hombre consagrado al mar y a los barcos,
para quien el mar era el único mundo que contaba, y los barcos la piedra de
toque de la virilidad, del temperamento, del valor y la felicidad..., y del amor.
(Joseph CONRAD)
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