EL CASTELLANO MODERNO: SIGLO
XIX
LARRA
"El
Siglo" en blanco
No sé
qué profeta ha dicho que el gran talento no consiste precisamente en saber lo
que se ha de decir, sino en saber lo que se ha de callar; porque en esto de
profetas no soy muy fuerte, según la expresión de aquel que miraba
detenidamente al Neptuno de la fuente del Prado, y añadía de buena fe
enseñándosele a un amigo suyo:
-Aquí
tiene usted a Jonás conforme salió del vientre de la ballena.
-Hombre, ¿a Jonás? –le replicó el amigo-:
si éste es Neptuno...
-O Neptuno, como usted quiera –replicó el cicerone-, que en esto de profetas no
soy muy fuerte.
El hecho es que la cosa se ha dicho, y
haya sido padre de la Iglesia,
filósofo o dios del paganismo, no es menos cierta ni verosímil, ni más digna
tampoco de ser averiguada en tiempos en que dice cada cual sus cosas y las
ejenas como y cuando puede.
Platón, que era hombre que sabía dónde le
apretaba el zapato, si bien no lo gastaba, y que sabía asimismo cuánto tenía
adelantado para hablar el que no ha hablado todavía, había adoptado por sistema
enseñar a sus discípulos a callar antes de pasar a enseñarles materias más
hondas, y en esa enseñanza invertía cinco años, lo cual prueba evidentemente
dos cosas: la primera, que Platón estaba, como nuestras universidades, por los
estudios largos; segunda, que no es cosa tan fácil como parece enseñar a callar
al hombre; el cual nació para hablar, según han creído erróneamente algunos
autores mal informados, dejándose deslumbrar sin duda por las apariencias de
verosimilitud que le da a esta opinión el don de la palabra, que nos diferencia
tan funestamente de los más seres que crió, de suyo callados y taciturnos, la
sabia naturaleza.
De cuando se pueda callar en cinco años
podráse formar una idea aproximada con solo repasar por la memoria cuanto hemos
callado nosotros, mis lectores y yo, en diez años, esto es, en dos cursos
completos de Platón que hemos hecho pacientemente desde el año 23 hasta el 33
inclusive, de feliz recuerdo; en los cuales nos sucedía [aquí] precisamente lo
mismo que en la cátedra de Platón, a saber, que solo hablaba el maestro, y eso
para enseñar a callar a los demás, y perdónenos el filósofo griego la
comparación. Esto con respecto a dar una idea de lo mucho que se puede callar
en cinco o en diez años; ahora bien, basta para formar una idea leer, si es
posible, El Siglo, periódico que no
ofenderá si aseguramos de él que trae cosas que no están escritas; periódico enteramente
platónico, pero que no puede haber sacado tanto provecho como honra de su
ciencia en el callar.
Confesemos sin embargo que lo que hay que
leer es un artículo que no está escrito. Leer palabras y más palabras lo hace
cualquiera, y toda la dificultad, si puede cifrarse en alguna cosa, se cifra
evidentemente en leer un papel en blanco.
Un artículo en blanco es susceptible de
las interpretaciones máas favorables; un artículo en blanco es un artículo en
el sentido de todos los partidos; es cera blanda, a la cual puede darse a
voluntad la forma más adaptada al gusto de cada uno. Un artículo en blanco es
además picante, porque excita la curiosidad hasta un punto difícil de pintar.
¿Qué dirá? ¿Qué no dirá? En un mundo como este de ilusión y fantasmagoría,
donde no se goza sino en cuanto se espera, es indudable que el hacer esperar es
hacer gozar. Las cosas una vez tocadas y poseídas pierden [todo] su mérito;
desvanécese el prestigio, rómpese el velo con que nuestra imaginación la
embellecía, y exclama el hombre desengañado: ¿Es esto lo que anhelaba? Este sistema de hacer gozar haciendo
esperar, del cual pudiéramos citar en el día algún sectario famoso, es
evidente, y por él nunca podrá entrar en competencia con un artículo en blanco
un artículo en negro. Éste ya sabemos lo que puede querer decir, aunque no sea
más que haciendo deducciones del color.
De esta facilidad con que puede leerse un
artículo en blanco se deduce un principio que desgraciadamente ha sido fin para
El Siglo; a saber, que se pueden
comparar con las cosas escritas en tinta simpática y con esas pantallas
elegantes que toman más o menos color según se acercan más o menos a la lumbre;
leídos en un gabinete ministerial naturalmente resguardado de toda intemperie,
y en que suele estar alto el termómetro, toman un colorcito subido que ofende
la vista; y leídos al aire libre se revisten de una tinta suave que da gozo a
la multitud. (...)
___________________
MARIANO JOSÉ DE LARRA: “’El Siglo’ en
blanco”. Obras selectas, Edc. de
Jerry L. Jonson. Colecc. Aubí, de “Clásicos y Ensayos”, nº 4. Barcelona, Hijos
de José Bosch, 1973, pp. 294-298.
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