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domingo, 23 de septiembre de 2012

Literatura española. Siglo XIX. Realismo





EL REALISMO
Mientras las tendencias románticas van declinando, a mediados de siglo se impone en Europa una nueva orientación literaria procedente de Francia: el Realismo. Triunfa esta escuela hacia 1850, desarrollando gérmenes ya existentes en el Romanticismo y, sobre todo, en el costumbrismo, que, como sabemos, describe la realidad pintoresca contemporánea. El Realismo surge cuando la mirada se aparta de lo imaginativo o de lo costumbrista, y se contemplan objetivamente personas, acciones y ambientes contemporáneos. El gran novelista francés Honoré de Balzac (1799-1850) es quien lo hace triunfar, pues su ejemplo es seguido en todas partes; por influjo suyo, la novela se propuso un fin moral y social. Esta finalidad del Realismo, haciéndose casi exclusiva, condujo enseguida al Naturalismo.
Este término se especializó para designar una escuela cuyo maestro y definidor fue el francés Émile Zola (1840-1902). Se apoya en las varias conquistas que definen el espíritu moderno: la democracia, los métodos experimentales (Claude Bernard) y las teorías sobre la herencia (Darwin). Y así, Zola busca la razón de los problemas sociales en el ambiente, y la de los individuos, en la herencia biológica. De esta manera, el Naturalismo postula una concepción materialista y determinista de las personas, moralmente irresponsables, pues resultan del ambiente y de la herencia. Si el escritor realista es notario de lo que sucede, el naturalista obra como un juez de instrucción que investiga los antecedentes y las causas. Zola profesaba una ideología socialista; y abundan entre sus personajes los tarados, alcohólicos y psicópatas inculpables.


EL NATURALISMO
En España, el Realismo triunfó con facilidad (existía el precedente de las novelas picarescas y del Quijote), y alcanzó su plenitud en la segunda mitad del siglo XIX (Valera, Pereda, Galdós), aunque sin someterse rigurosamente a los cánones de la escuela fijados por Balzac y otros maestros franceses.
En Galdós, y luego en “Clarín”, la Pardo Bazán y Blasco Ibáñez hay claras resonancias naturalistas, pero sin los fundamentos científicos y experimentales que quiso imprimir Zola a su labor. Comparten con él, sólo, el espíritu de lucha contra la ideología tradicional y, en algunos casos, su gesto subversivo.
La novela de todo este período, con su Realismo o su especial Naturalismo, se centra preferentemente en ambientes regionales; así en Valera (Andalucía), Pereda (Cantabria), la condesa de Pardo Bazán (Galicia); “Clarín” (Asturias), Blasco Ibáñez (Valencia). Galdós, excepcional en todo, es el único que prefiere el ambiente urbano madrileño.


COMIENZOS DEL REALISMO
Cecilia Böhl de Faber (Morgues, Suiza, 1796 - Sevilla, 1879), que popularizaría el seudónimo de «Fernán Caballero», es autora de abundantes narraciones breves y novelas, casi todas de costumbres, localizadas en Cádiz y Sevilla. Quiso aclimatar en España la novela de costumbres contemporáneas, si bien las presentó de un modo superficial y edulcorado. Su novela principal es La Gaviota, entretenida y graciosa, cuya humilde protagonista se casa con un médico alemán, triunfa como cantante, ama a un torero y ha de regresar, ya fracasada, a su pueblo. Doña Cecilia logró lo que Mesonero no pudo: pasar del costumbrismo a la novela contemporánea, es decir, no histórica.


PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN
De Guadix (Granada, 1833); abandonó sus estudios eclesiásticos, con una actitud anticlerical y antidinástica; evolucionó después hacia ideas católicas y conservadoras. Peleó heroicamente en Marruecos y contó sus experiencias en el Diario de un testigo de la guerra de África. Murió en Madrid (1891).
Alarcón destaca por sus cuentos y relatos breves, aún románticos, y por alguna novela extensa. De sus cuentos, posee gran atractivo El clavo, entre policíaco y sentimental. Son importantes las Historietas nacionales, como El afrancesado o El carbonero alcalde. Pero su relato más famoso es El sombrero de tres picos (1874), pieza maestra de la narrativa española, que desarrolla, edulcorado, un tema tradicional: el viejo y libertino Corregidor de Guadix, pretende a una honesta molinera, mientras el molinero, creyéndose burlado, acude a tomar venganza en la Corregidora. Los personajes están sobriamente tratados y el texto inspiró al maestro Falla su célebre ballet (1919).
Escribió además tres novelas de exaltado romanticismo, llenas de lances apasionados: El escándalo, El niño de la bola y La pródiga. Pero tratan de asuntos contemporáneos y sostienen una tesis moral como hacían los realistas. Es, pues, un escritor de encrucijada.


JUAN VALERA
De familia aristocrática, nació en Cabra (Córdoba), en 1824. Desempeñó misiones diplomáticas en varios países, y ocupó importantes cargos políticos. En 1873, casi cincuentón, inició su fulgurante carrera de novelista. Aquejado de ceguera progresiva, murió en Madrid, en 1915, rodeado de general respeto.
Desde muy temprano, fue hostil tanto al Romanticismo, por sus extremos, como al Realismo, porque imponía trabas a la fantasía. Su espíritu libre, desenfadado y elegante sustenta un ideal de literatura bella, y realista solo en cuanto elige ambientes reales -su Andalucía natal muchas veces- y personajes verosímiles; pero desdeña los aspectos menos atrayentes de la realidad, tan gratos a los naturalistas y hasta a algunos realistas.


SUS OBRAS
Escribió poesías de gusto clásico e innumerables artículos sobre temas literarios, filosóficos y políticos, que acreditan su cultura y su agudeza. Pero debe su fama a las novelas; la primera de ellas fue Pepita Jiménez (1874), escrita en gran parte en forma epistolar y con muestras de verdadero ingenio: en tal relato, una viudita se pone de acuerdo con el padre de un seminarista para apartarlo de su falsa vocación.
Obras maestras son Doña Luz (otra vez los problemas de la vocación religiosa) y Juanita la Larga. La segunda narra el idilio conmovedor y luminoso de un cincuentón, don Paco, y de la protagonista, muchacha de vil origen, que desea redimirse de él por un honrado matrimonio.
Valera fue liberal en política y escéptico en religión; fustiga el fanatismo, el seudomisticismo, cualquier tipo de tortura espiritual, para preconizar, con gesto jovial y semipagano, el triunfo del amor y de la vida. Empleó una lengua literaria sencilla, aunque no vulgar. Cuando muere Valera, los escritores del 98 han aparecido en la escena literaria española y lo respetan. Hoy se le considera como el mejor prosista del siglo XIX, aunque se reconozca la superioridad creadora de Galdós.



JOSÉ MARÍA DE PEREDA
Perteneciente a una familia hidalga, José María de Pereda nació en Polanco (Santander), en 1833. Viajó por el extranjero y fue diputado carlista, pero luego dedicó la vida al cultivo de sus tierras y de la literatura. Murió en su pueblo natal, en 1906. Contó con amigos entrañables como Galdós, tan opuesto a él ideológicamente.
Se inició en las letras como costumbrista; inclinado al realismo, con grandes dotes de observación, bella prosa (Escenas montañesas) y artículos de costumbres que reúne en libros como Tipos y paisajes, Bocetos al temple. Pronto encontrará su fórmula novelística, al insertar su anterior costumbrismo, en una visión enamorada del paisaje y de las gentes montañesas, con sus pasiones y con su lenguaje. En sus primeras novelas de este tipo, llamado novela idilio, suele enfrentar la paz y la santa ignorancia de aquellos rústicos con las asechanzas políticas e impías de la vida moderna (Don Gonzalo González de la Gonzalera y De tal palo tal astilla). Defiende así unas tesis que muy pocos aceptarían hoy.
La novela idilio llega a una segunda y definitiva etapa, al abandonar Pereda la defensa explícita de ninguna tesis. Pertenecen a esta segunda época relatos como Sotíleza (verdadera epopeya de los pescadores cántabros), La puchera, y una obra maestra, Peñas arriba (1895), emocionada evocación de Tudanca, de sus gentes sencillas y de sus virtudes ancestrales, que acaban conquistando a Marcelo, un joven que había ido de Madrid para pasar unas semanas.
Solo un gran escritor del momento, Valera, se le mostró hostil; el localismo a ultranza del montañés, su tono digno de hidalgo local, su seguridad moral, resultaban poco gratos a aquel mundano y escéptico diplomático. El bucolismo contemplativo y el casticismo de su estilo lo hacen parecer hoy anticuado. Ello no obstante, Pereda es un extraordinario escritor, dotado de gran capacidad descriptiva y épica.


BENITO PÉREZ GALDÓS
Este genial novelista nació en Las Palmas de Gran Canaria, en 1843. Estudió leyes en Madrid, donde conoció intensamente la vida de la Corte. En París, descubre las novelas de Balzac, y queda deslumbrado. Se define pronto como progresista y anticlerical, lo que no impide que el gran polígrafo Menéndez Pelayo y Pereda, ambos de ideología bien diferente, sean sus mejores amigos. Se declaró republicano, pero, poco a poco, su radicalismo fue templándose. Alfonso XIII y él se dispensaron mutua simpatía personal. Desde 1910, va perdiendo la vista; y está arruinado, por los gastos excesivos que le origina su desarreglada vida íntima. Se pide para él el premio Nobel, pero -el hecho escalofría- media España, y la Academia con ella, se oponen a su concesión; de nada valió que lo defendieran altos dignatarios eclesiásticos. Murió, ciego, en Madrid, en 1920.


Los Episodios Nacionales
La obra de Galdós es muy abundante; comencemos su enumeración por los Episodios Nacionales, distribuidos en cinco series, con un total de cuarenta y seis tomos. Frente a la novela histórica y a las también románticas Historietas de Alarcón (anécdotas, narraciones breves y fugaces), los Episodios galdosianos constituyen un friso gigante de la historia española contemporánea, entre la guerra de la Independencia y la Restauración, con una leve trama imaginativa que sustenta los hechos, pero investigados por Galdós conforme a las exigencias del Realismo.
En la primera serie (1873-1875), figuran los episodios Trafalgar, Bailén, Zaragoza y Gerona. En casi todos ellos, el protagonista es el joven Gabriel Araceli, que vive los momentos culminantes de la guerra de la Independencia. De series posteriores son El equipaje del rey José, Los cien mil hijos de San Luis, Zumalacárregui (dedicado a la primera guerra carlista), Prim, La de los tristes destinos (sobre Isabel II). La última serie, con hechos vividos por el propio Galdós, quedó inacabada y es más descuidada, pero su interés es máximo.
En su primera época (1867-1878), Galdós, escribe comprometidamente contra la intolerancia, el fanatismo y la hipocresía. Sus novelas enfrentan a un joven técnico con el cerrado y hostil ambiente de una pequeña ciudad. Y lo hace con una intolerancia parecida a la que condena. (Doña Perfecta, Gloria y La familia de León Roch). En este grupo, aunque carece de tesis, figura Marianela, idilio trágico entre un ciego y una muchacha fea e ignorante, que huye cuando su amado recobra la vista, temerosa de mostrarle su pobre aspecto, y muere cuando él se casa con otra mujer.
Entre 1881 y 1915, publicó Galdós veinticuatro novelas cuyo conjunto constituye una especie de “comedia humana” de la vida madrileña de la época. Mantienen también tesis progresistas, pero con aristas menos cortantes. Su interés se desplaza hacia aquel censo enorme de seres humanos, contemplados con exactitud, ternura y melancolía. Un profundo amor a los que sufren, un tono de queja más que de protesta, confieren a estas obras un valor excepcional. Es un “realista de almas”, un buceador incansable en las conciencias. En este conjunto memorable, destacan las siguientes novelas: La de Bringas (envidia y ambición en el extraño mundo de burócratas y nobles arruinados que habitaba los altos del Palacio Real); Fortunata y Jacinta, su obra maestra, y máxima en la literatura de todos los tiempos. En un ambiente madrileño y castizo, Galdós presenta a estas dos inolvidables mujeres que simbolizan, respectivamente, la pasión ardiente y el tranquilo amor conyugal, ambas con idéntica fuerza. Miau, dramática visión de la sufrida burocracia de la época. Torquemada en la hoguera, estudio estremecedor de la avaricia. Misericordia, por fin la novela de la caridad, con personajes de bajos fondos y proletariado ínfimo.


Obras dramáticas
Acuciado por afanes de reforma y necesidades económicas, Galdós inició, muy tarde, en 1892, su carrera de autor dramático. Entre sus obras, destacan  La loca de la casa, La de San Quintín, Electra (cuyo estreno produjo una conmoción social) y El abuelo.  Se caracteriza el teatro de Galdós por su sinceridad e inconformismo; pero su lenguaje teatral resulta hoy anticuado.


Estilo de Galdós
El éxito de los Episodios, de muchas novelas y obras dramáticas de Galdós fue absoluto. Los grandes escritores y críticos de su tiempo proclamaron su genio. Aunque su constante compromiso en lo religioso, en lo político y en lo social, levantó contra él temibles adversarios. Los escritores del 98 recibieron su influjo, pero se rebelaron contra su "ramplonería” (Valle-Inclán lo llamó "don Benito el garbancero”), sin percibir que lo verdaderamente ramplón era la vida que describía. Nunca ha perdido el favor del público, y lo leían con admiración García Lorca y Aleixandre cuando estaba de moda -en el apogeo del arte puro- menospreciarlo. El entusiasmo por Galdós ha aumentado a partir de 1939, hoy su vigencia es total: es, tras Cervantes, nuestro primer novelista y, sin duda, uno de los mayores novelistas del mundo.


Apogeo de la novela en los finales del XIX
El apogeo de la novela, en la segunda mitad del siglo XIX, se debe al éxito de los escritores ya estudiados. Pero a él contribuye también una segunda promoción de escritores nacidos algo más tarde, que imitan su ejemplo y se mueven dentro de las coordenadas realistas y naturalistas. Su obra ya ha terminado, o está ya en su fase declinante, cuando surge la generación del 98, que inaugura la etapa propiamente contemporánea de la literatura española.


EMILIA OARDO BAZÁN
Hija única de los condes de Pardo Bazán, nació en A Coruña, en 1851. A los diecisiete años, contrajo matrimonio y se instaló en Madrid. Mujer muy culta, viajó mucho y se creó para ella una cátedra de Literatura en la Universidad de Madrid. Murió en esta ciudad, en 1921.
Publicó incansablemente libros y monografías sobre los escritores españoles y extranjeros. Entre sus estudios sobre la actualidad literaria, destaca La cuestión palpitante: aunque en él no acepta el materialismo naturalista, afirma su decidida actitud realista, y disiente de quienes sostienen que el mal sólo puede aparecer en la literatura para ser vencido.
Su pluma, gobernada por un pulso que parece varonil, ahonda en problemas y situaciones difíciles, con una audacia no usada hasta entonces, y alcanza su cumbre en los centenares de cuentos que publicó, como los reunidos en Cuentos de Marineda. Y·entre sus novelas breves, género que le da lugar preeminente en las letras españolas destacan: Bucólica, La dama joven, Belcebú,...
Pero su talento deslumbra en novelas como Un viaje de novios, que narra la aventura matrimonial de un hombre maduro y una joven inculta y rica; o La tribuna, la más naturalista de sus obras, donde describe con crudeza la vida proletaria en una fábrica de tabacos. Los pazos de Ulloa y La madre Naturaleza forman un inolvidable conjunto novelesco, un gran friso de costumbres, paisajes y personajes gallegos, con trama apasionada y, a veces, violenta.
La condesa, que censuraba a Zola y a Pereda, por la abundancia de descripciones, cayó en ese defecto. Pero resulta insuperable en la descripción de tipos plebeyos y de señoritos semifeudales, en un ambiente galaico perfectamente captado.


LUIS COLOMA S.I.
Este jesuita jerezano (1851-1915), cultivó la literatura con gran éxito entre el público lector. Escribió dos célebres novelas: Pequeñeces y Boy. En la primera, hace una acerba crítica de la alta sociedad madrileña en los años precedentes a la Restauración monárquica (1874) en la persona de Alfonso XII, hijo de la destronada Isabel II; después, solo publicó narraciones de fondo histórico, como Jeromín, sobre don Juan de Austria. Poseyó el don de la amenidad, cualidad sobresaliente en toda empresa de literatura moral como fue la suya.


LEOPOLDO ALAS “CLARÍN”
Aunque nacido en Zamora (1852), se sintió siempre profundamente asturiano. Estudió Derecho en Oviedo, y el doctorado en Madrid, donde perdió la fe; vivirá, a partir de entonces, en permanente conflicto espiritual, del que da testimonio su obra. A los veintitrés años, usó en sus escritos el seudónimo de “Clarín”. Catedrático de la Universidad de Oviedo (1883), profesó ideas republicanas; pero le hastió pronto la política. En 1892, una crisis de conciencia le devuelve la fe, aunque no dentro de la ortodoxia católica. Murió en Oviedo en 1901.
Gozó Alas de un prestigio omnímodo como crítico literario. Sus artículos muestran un sólido conocimiento, una rectitud de juicio -expresada a veces con hiriente sarcasmo- y un gran respeto a los valores verdaderos. Estos artículos críticos, que le dieron una temida autoridad en el mundo literario, fueron recogidos por el autor en volúmenes como Solos de Clarín y Paliques.
Fue maestro del cuento y de la novela breve; publicó más de setenta obritas de este género. Entre los primeros que compuso, se cuenta Pipá (1879), la trágica y tierna historia de un pillete ovetense. Admirable y célebre es también Adiós, Cordera, idilio dramático de calidad clásica. Pero es fundamentalmente el novelista quien interesa hoy en grado sumo. Y ello por las dos únicas novelas que escribió: La Regenta y Su único hijo.
La primera (1885) es la más importante. En sus páginas, realiza una disección física y moral de Vetusta (nombre disimulado de Oviedo) como prototipo de una ciudad española, encerrada en un tradicionalismo fósil y coactivo. Alas utilizó una técnica naturalista; pero no pintó, como Zola, ambientes sórdidos -la acción transcurre en medios burgueses-, y el pesimismo aparece templado por rasgos inconfundibles de ternura e ironía. En ella se debaten unas conciencias, en pugna con su deber y con el ambiente, dando una imagen de su ciudad que los ovetenses creyeron intolerable. Fue inmediatamente condenada por la autoridad eclesiástica, aunque, con el tiempo, el obispo y el novelista llegaron a trabar franca amistad. Y hoy se considera La Regenta como una cumbre de nuestra novela, a la altura, por ejemplo, de Fortunata y Jacinta (1885), de Galdós.


ARMANDO PALACIO VALDÉS
También asturiano (1853-1938) y gran amigo de "Clarín", compuso varias novelas importantes. Así, Marta y María, las dos hermanas bíblicas trasladadas a un ambiente contemporáneo, que combate el falso misticismo. En José describe idílicamente la vida de unos pescadores asturianos. Riverita y Maximina constituyen una excelente visión de la vida madrileña. Pero la más popular de sus obras es La hermana San Sulpicio, donde narra las peripecias que anteceden al matrimonio de un médico gallego y de la protagonista, monja sin vocación, que no renueva sus votos. Importancia especial tiene La aldea perdida, evocación dramática de un pueblo degradado por la explotación minera. Palacio Valdés es un escritor templado y grato, pero le faltan la poesía recia que late en Pereda y el vigor de su paisano "Clarín".


VICENTE BLASCO IBÁÑEZ
Nacido en Valencia (1867), defendió ideas republicanas radicales por las que sufrió arrestos y destierros. Fue diputado en siete legislaturas. En 1909 marchó a Argentina para hacer fortuna, pero fracasó. Defendió a los aliados, durante la guerra europea (1914-1918); con ese fondo, escribió la novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis, que fue un éxito mundial. Hace vida de millonario cosmopolita y sus relatos son llevados al cine en Hollywood. Muere en la Costa Azul (Mentan), en 1923. Sus restos, trasladados a Valencia en 1933, fueron recibidos triunfalmente.
La producción novelesca de Blasco es enorme; en ella destacan las obras ambientadas en Valencia o en su provincia, hermosa tierra intensamente amada por el autor (Arroz y tartana, La barraca, Entre naranjos, Cañas y barro). Desarrolló sus ideas políticas, sociales o antirreligiosas en La catedral o La bodega; pero la obra que más fama le dio fue, como hemos dicho, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, sobre dramas familiares anejos a la Guerra Europea.
Sin duda, el mejor Blasco Ibáñez es el de inspiración valenciana. Se le ha llamado el Zola español porque comparte con el novelista galo una parecida actitud subversiva, una cierta predilección por ambientes sórdidos, preocupación por la herencia biológica, similar crudeza en los temas... Escribe arrebatadamente, y su estilo es a menudo basto, aunque en él no faltan imágenes de gran fuerza plástica. Por edad, pudo haber pertenecido al grupo del 98; pero su espíritu atropellado y mundano dista del ascetismo y de la cultura de estos escritores. Fue una fuerza impetuosa, un ejemplo alucinante de energía y de capacidad para el triunfo.



EL TEATRO REALISTA
La comedia y el drama realistas
Durante la segunda mitad del siglo XIX, aunque se siguen representando dramas románticos, los nuevos escritores reciben el influjo del Realismo y hasta del Naturalismo. La comedia de Bretón de los Herreros, neoclásica y superficialmente graciosa, deja paso al teatro de López de Ayala y de Tamayo, donde se dramatizan problemas contemporáneos. Ambos conducen el teatro hacia la modernidad, y son precedentes claros de Benavente. Echegaray turba esta línea de progreso en el camino del Realismo, con su neorromanticismo gesticulante y convulso. Ayala escribió sus obras en verso; Tamayo y Echegaray, indistintamente en verso o en prosa. El Realismo no tuvo en el teatro, ni de lejos, la altura excelsa que alcanzó la novela. Ni un solo dramaturgo hay comparable a lo que, en la novela, fueron Valera, Pereda, Galdós y “Clarín”.


ABELARDO LÓPEZ DE AYALA
Nacido en Guadalcanal (Sevilla), este dramaturgo (1828-1878), como tantos escritores de la época, participó intensamente en política, primero moderado, y después liberal. Cuando murió en Madrid, era presidente del Congreso.
Se observa bien en su obra la transición del Romanticismo al Realismo. Efectivamente, sus primeros dramas desarrollan temas históricos; así, Un hombre de Estado, sobre don Rodrigo Calderón, en que no se limita a provocar emoción, sino a presentar enseñanzas al modo realista. En este caso concreto, dice que los deseos deben satisfacerse sin violencia ni alterar el sosiego.
Sus obras mejores son ya claramente realistas; en El tanto por ciento, satiriza la excesiva afición al dinero, y afirma la primacía del amor. El tejado de vidrio y El nuevo don Juan defienden la institución matrimonial. Son comedias bien meditadas, lejos de la improvisación romántica, desarrolladas en tono menor y grato. Lo peor es su ideología, reflejo de la de una sociedad bastante vulgar, cuyo ideal sumo era vivir tranquila. Los dramas de Ayala constituyen un eslabón sólido en la historia de nuestro teatro; pero sumamente alejado de nosotros.


MANUEL TAMAYO Y BAUS
De familia de actores, el madrileño Tamayo y Baus (1829-1898) fue director de la Biblioteca Nacional y, en política, conservador. También comienza con dramas como Ángela, de apariencia romántica y fin didáctico, pues estos nuevos autores aspiran a modificar la sociedad –objetivo, como sabemos, del Realismo-. Escribió después un brillante y popular drama histórico en prosa, La locura de amor, sobre la pasión que a doña Juana la Loca inspiró la muerte de su esposo don Felipe el Hermoso. Y entra, por fin, en los temas de asunto contemporáneo y sátira social con Un drama nuevo (1867), en que un actor mata realmente a su rival cuando estaba representando con él una escena en que el argumento requería tal muerte. Tamayo es poco relevante cuando se preocupa de moralizar, pero es el primer dramaturgo de su época, cuando lo guía una intención simplemente estética, como ocurre en La locura de amor y en Un drama nuevo.



JOSÉ DE ECHEGARAY
Nació en Madrid, en 1832. Ingeniero de caminos, en política fue, sucesivamente, liberal, republicano y partidario de la Restauración. Desempeñó los ministerios de Fomento y de Hacienda, y creó el Banco de España. En 1904, recibió el premio Nobel, compartido con el poeta provenzal Mistral. Al homenaje nacional que recibió, se opusieron los escritores jóvenes -“Azorín”, Baroja, Unamuno, Rubén Darío, los Machado, etc.-, firmando un vigoroso manifiesto. Murió en Madrid, en 1916.
Su mente es la de un matemático que planea el drama como un problema de efecto. Idea siempre desde la situación final, e inventa los precedentes que desembocan patéticamente en él. Sacude al espectador con múltiples emociones violentas, aunque las situaciones no se justifiquen. Muchas de sus obras tratan del honor ultrajado y de su venganza. Entre sus personajes no faltan los seres patológicos y degenerados, conforme al gusto naturalista. Y los diálogos requieren ser declamados a grito pelado, con muchas exclamaciones y horribles lamentos: todo absolutamente falso. Obtuvo enorme éxito con dramas como, A fuerza de arrastrarse, El gran galeoto, O locura o santidad. En esta última, por ejemplo, el protagonista, cuya fortuna se debe a un engaño que cometió su madre; decide devolvérsela a los legítimos dueños, pero sus herederos consiguen declararlo loco y encerrarlo en un manicomio.
Echegaray triunfó ante una sociedad adormecida, que acudía a buscar estímulos emotivos en sus melodramas, extraña combinación de positivismo moral y de romanticismo huracanado. No le faltaban condiciones de dramaturgo, pero creyó más en lo gritado que en lo susurrado. Hoy, aun leídos con la mejor buena fe, los dramas de Echegaray suelen producir un chocante efecto cómico. Su personalidad de triunfador -literatura, ingeniería, finanzas y política- revela, con todo, una inteligencia superior a su obra.


El género chico
Mientras la burguesía aplaude los falsos dramas de Echegaray, y, en Madrid y Barcelona, asiste a la ópera, las clases populares gozan, a fines de siglo, de un teatro que, en su conjunto, recibe el nombre de género chico. Lo integran sainetes, normalmente breves, con música o sin ella, que reflejan ambientes del pueblo bajo madrileño y, a veces, andaluz. Proceden del costumbrismo y suelen presentar una sencilla anécdota de amores y celos, con personajes pintorescos, fuerte color local y diálogo chispeante.
En su conjunto, el género chico -son centenares de obras, que sólo muestran una visión optimista y parcial de la realidad- constituye lo más auténtico y valioso del teatro de fines del XIX, heredero de los entremeses y pasos de siglos anteriores. Entre sus autores más destacados figuran Ricardo de la Vega, autor de La verbena de la Paloma (1894), con música de Tomás Bretón, que Ortega y Gasset calificó de genial. Miguel Ramos Carrión, autor con el maestro Chueca de una pieza maestra: Agua, azucarillos y aguardiente (1897). A José López Silva y a Carlos Fernández Shaw se debe La Revoltosa (1897), con música inspiradísima de Chapí. Y Felipe Pérez y González escribió La Gran Vía, inmortal por la partitura de Chueca y Valverde.
El género chico se prolonga, dentro del siglo XX, con muchos sainetes de Arniches y de los hermanos Álvarez Quintero, que, partiendo de él, le dan mayores dimensiones y más amplio contenido. Con todo, ningún sainetero en nuestro siglo ha logrado superar la gracia y la lozanía de las obras citadas, con la feliz cooperación entre letra y música.


LA POESÍA EN LA ÉPOCA REALISTA

La poesía posromántica
El triunfo del objetivismo en la novela, hacia mediados del siglo, va acompañado de una evolución coincidente del teatro y de la lírica. Es el momento de la sociedad burguesa que consolidará la Restauración, fundada en supuestos bien poco idealistas, y que acepta la poesía, si es fácil, como un objeto de consumo útil. Los líricos de esta época son, por lo general, personas de gran relieve social, que cultivan las letras como ocasión de lucimiento. El poeta escribe piropos en los abanicos de las damas, rima pensamientos bien recibidos en sociedad, y, de vez en cuando, para merecer alabanzas, se lanza a componer poemas extensos que re cubren una casi completa oquedad. Se instaura así el prosaísmo poético, cuyos representantes máximos son Campoamor y Núñez de Arce.
Sin embargo, quedan aún rescoldos del Romanticismo, y, en medio de un clima adverso, dos seres auténticos y desgraciados, Bécquer y Rosalía de Castro, creaban dos altas llamaradas de lirismo, con tonalidades nuevas, espirituales e íntimas, distantes tanto de Campoamor como de Espronceda o Zorrilla. Por supuesto, no fueron estimados en su época.


RAMÓN DE CAMPOAMOR
Nació en Navia (Asturias), en 1817. Empezó estudios de Medicina, que no concluyó. Perteneció al partido moderado, y fue gobernador y diputado. Gozó de un prestigio absoluto como escritor. Murió en Madrid (1901).
Contrasta la ramplonería de sus versos con la coherente y sólida doctrina que expuso en su libro Poética, donde combate por igual el "arte por el arte” postulado por Valera y el "arte de tesis”: quiere llegar al "arte por la idea”. Y así, el poema constará de ritmo, rima, concepto e imágenes; tendrá un argumento que se pueda contar, si bien, tanto como él importará el modo de contarlo; de ese modo habrá equilibrio entre fondo y forma.
Intenta realizar tales ideas en las Humoradas, las Doloras y en los Pequeños poemas. Las humoradas son poemillas breves, escritos para álbumes y abanicos de sus amigas, que contienen un "pensamiento” como este:
En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira.
Las doloras acentúan la pretensión filosófica, y poseen mayor extensión; hay en ellas, incluso, un pequeño argumento, como ocurre con ¡Quién supiera escribir! y El gaitero de Gijón. Por fin, en los treinta y un pequeños poemas, Campoamor expone lindas trivialidades sobre el alma femenina (El tren expreso). Al margen de estas, que son las poesías más celebradas de Campoamor, compuso poemas extensos, hoy literalmente ilegibles, y dramas, como Cuerdos y locos, que desarrolla la pedestre idea de que los locos son a veces los verdaderos sensatos, y viceversa.
El prestigio de Campoamor fue total hasta finales de siglo. Pero su poesía quedó arrumbada por el Modernismo, y pasó a ser símbolo de la antipoesía, con sus vulgares pensamientos arropados en ripios sin cuento.



GASPAR NÚÑEZ DE ARCE
Vallisoletano (1834), mantuvo una intensa actividad política. Fue gobernador civil de Barcelona, diputado y ministro. Murió en Madrid (1903). Escribió algunas obras de teatro, entre las que destaca El haz de leña, sobre la muerte del príncipe don Carlos, hijo de Felipe II, sencilla y cuidada, pero mediocre al fin.
Su personalidad se afirma especialmente en los poemas, ambiciosos, robustos, bien cuidados de forma, aunque sin mucha poesía. Así, La última meditación de lord Byron, largo y prolijo soliloquio, de setenta y seis octavas, sobre las miserias del mundo, la política, la existencia de Dios, etc. En La visión de Fray Martín, presenta a Lutero contemplando, desde una roca, las naciones que han de seguirle, etc. Muy escaso es también el crédito que hoy se concede a la poesía de este escritor; compuso, con todo, algunos poemas breves que permiten atisbar excelentes cualidades desaprovechadas por su afán de ser trascendente y retórico.


GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Este gran poeta nació en Sevilla en 1836. Sus apellidos fueron Domínguez Bastida, pero firmó con el segundo de su padre (procedente de Flandes), que fue un estimable pintor sevillano. Quedó pronto huérfano, y fue recogido por parientes. Empezó a estudiar Náutica, sin embargo se frustró su deseo, y quiso ser pintor; pero su verdadera vocación fue la de escritor. A los dieciocho años marchó a Madrid a conquistar la gloria literaria, y pasó increíbles penurias. Colaboró en revistas literarias, trazó ambiciosos proyectos editoriales, y estrenó zarzuelas y comedias intrascendentes. En 1857, contrajo la cruel enfermedad que, años después, lo llevaría a la muerte en plena juventud. Se enamoró de Julia Espí, hija del organista real; pero la amó en silencio. Consigue un cargo público, en el que cesa enseguida, cuando su jefe lo descubre “perdiendo el tiempo” con dibujos y poesías. Amó con pasión a Elisa Guillén, una “dama de rumbo” de Valladolid, que le correspondió, pero rompieron pronto, con intenso dolor del poeta. En 1861, se casa con Casta Esteban, y mantiene su hogar ejerciendo de periodista, con una actitud política conservadora. Obtiene el cargo de censor de novelas, dotado con 500 pesetas mensuales, cifra importante para la época; pero lo pierde en la revolución de septiembre, de 1868. Y se separa de su esposa, cuya fidelidad no es completa. Arrastra una vida bohemia y desilusionada, y viste con absoluto desaseo. En 1870, muere su hermano Valeriano, su compañero inseparable. Se reconcilia con Casta, pocos meses antes de su muerte (1870). El fallecimiento del primer poeta español del siglo pasó casi inadvertido.


Bécquer prosista
Fue Bécquer también un extraordinario prosista. Cuando la prosa está evolucionando dentro del Realismo, hasta hacerse mero instrumento narrativo, él sabe dotarla de cualidades poéticas inolvidables, en las Leyendas, que son veintiocho obritas de gusto romántico, en que predomina el misterio, lo sobrenatural, la presencia del más allá (Maese Pérez, el organista; El Miserere, El rayo de luna); lo exótico, oriental o morisco (El caudillo de las manos rojas); lo religioso o milagrero (El Cristo de la calavera); o lo costumbrista aliado con lo prodigioso (La venta de los gatos).
Escribió también, en prosa, las deliciosas Cartas desde mi celda, conjunto de crónicas compuestas por él durante una estancia de reposo en el monasterio de Veruela, al pie del Moncayo. Y, además, multitud de artículos periodísticos.


Las Rimas
La fama de Bécquer se funda en los setenta y nueve poemas que él llamó rimas, compuestos a lo largo de su vida. Son composiciones breves, de dos, tres o cuatro estrofas (raramente más), por lo general asonantadas, con combinaciones de versos bastante libres. Aparecieron en diversas revistas, entre 1859 y 1871. En 1868, el propio Bécquer las recopiló en un manuscrito que entregó a su protector, el ministro González Bravo; pero desapareció al ser saqueado el domicilio de este en un estallido revolucionario. El poeta, que había empezado otro cuaderno de trabajos literarios, reconstruyó las rimas desaparecidas, y las incluyó al final de dicho cuaderno, que se conserva en la Biblioteca Nacional con el título de Libro de los gorriones. Las Rimas fueron publicadas en libro, al año siguiente de morir su autor, por un grupo de sus amigos.
Se han dividido las Rimas, según sus temas, en cuatro series, dominadas por diversos centros temáticos. La primera serie comprende las rimas I-X, que tratan de la poesía misma. En las rimas siguientes (XI-XXIX), Bécquer se manifiesta como poeta ilusionado del amor, que se hace desengañado en la tercera serie (XXX-LI). La cuarta, que quedó inacabada, reúne poemas de dolor y desesperanza.
El gran poeta sevillano, discurriendo sobre la naturaleza del arte verbal, distingue dos tipos de poesía. Una, dice, es magnífica y sonora; poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua (y que vendría a corresponderse con la de Núñez de Arce); y otra, “natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye; desnuda de artificio [...]: es un acorde que se arranca de un arpa, y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso".
Bécquer se adscribe a este segundo tipo de lírica, íntima, sencilla de forma, desnuda de retórica, apta para la lectura emocionada y silenciosa, para la comunicación entrañable entre poeta y lector. En él culmina un movimiento en esa orientación que se produce en los comienzos de la época realista, como reacción contra la opulenta poesía vigente (los líricos prebecquerianos que sufren el influjo del alemán Heine). Nuestro poeta imitó a este poeta alemán -y a otros-, pero haciendo algo tan distinto y personal, como es distinto el árbol de su semilla.


He aquí, como muestra, una rima y su fuente (en este caso, un poema de su amigo heineano Augusto Ferrán).

FERRÁN
Los mundos que me rodean
son los que menos me extrañan;
el que me tiene asombrado
es el mundo de mi alma.
5  Yo me asomé a un precipicio
por ver lo que había dentro,
y estaba tan negro el fondo
que el sol me hizo daño luego.

BÉCQUER
Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y del cielo,
y les he visto el fin o con los ojos,
o con el pensamiento.
Mas, ¡ay!, de un corazón llegué al abismo
y me incliné un momento,
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡tan hondo era y tan negro!



Trascendencia de Bécquer
Con una obra poética muy breve, Bécquer ocupa un puesto de primera importancia en nuestra lírica. Fue poco estimado por sus contemporáneos; Núñez de Arce calificó las Rimas de “suspirillos germánicos”; Campoamor lo menospreciaba. Pero su influjo se produce, pocos años después de su muerte, sobre Juan Ramón ]iménez y Antonio Machado, y penetra pujante en la lírica de nuestro siglo. De Bécquer arranca, en gran medida, nuestra poesía contemporánea.


ROSALÍA DE CASTRO
Natural de Santiago de Compostela (1837); sus padres no estaban casados, y ese fue, tal vez, en aquellos tiempos, uno de los motivos de su incurable amargura. Hacia los once años, comienza a escribir versos. En Madrid, adonde se había trasladado, conoce al historiador gallego Manuel Murguía, con quien contrajo matrimonio. Viven en diversos lugares de Castilla, pero Rosalía, que no siente simpatía por esta región, consigue la instalación definitiva en Galicia (A Coruña, Santiago, Padrón). Su matrimonio no fue feliz, con estrecheces económicas y la necesidad de sacar adelante seis hijos.
Murió de cáncer, en Iria Flavio, término municipal de Padrón, en 1885. Sus restos fueron trasladados a un monumento erigido por suscripción popular, en la iglesia de Santo Domingo, de Santiago, y la población en masa los acompañó en esta ceremonia.


Prosa de Rosalía
Su primer relato fue una novela titulada La hija del mar, romántica, con piratas, locuras y ajusticiamientos. Más atractivo posee El cadiceño, sátira humorística de los gallegos que iban a trabajar a Andalucía, y regresaban con ínfulas de superioridad. Pero su novela más conocida es El caballero de las botas azules, .extenso "cuento extraño”, de intención filosófica y satírica. Las novelas de Rosalía tienen interés, sobre todo, como testimonios de un alma cuyo cauce genial fue la lírica. Pero también por los múltiples méritos de descripción, tema y caracteres que reúnen.


Sus poesías
Sus primeros libros poéticos fueron La flor (1857) y A mi madre (1863), con inconfundibles rasgos románticos, esproncedianos. Pero la gran escritora galaica figura entre nuestros primeros poetas por tres volúmenes de versos, dos ercritos en gallego, Cantares gallegos y Follas novas (Hojas nuevas), y el último en castellano (En las orillas del Sar, 1884).
Los primeros poemas de Cantares gallegos fueron surgiendo durante la estancia de Rosalía en Castilla, a raíz de su matrimonio. Allí, lejos de Galicia, añora su húmeda, verde y bella tierra natal; se siente exiliada, en un ambiente de poca estima de lo gallego que la apesadumbra gravemente. Así van surgiendo estos poemas fragantes, sencillos, con ritmos populares, en los que evoca paisajes, costumbres y gentes de su tierra. Anhela el regreso (Airiños, airiños aires, / airiños da miña terra; / airiños, airiños aires. / airiños, levaime a ela). Y lanza graves requisitorias contra Castilla, la despreciadora, la explotadora de los pobres segadores gallegos (Premita Dios, castellanos, / castellanos que aborrezco, / qu 'antes os gallegos morran / qu 'ir a pedirvos sustento).
En el prólogo de Follas novas, explica Rosalía que, frente a los Cantares gallegos, fruto de días de juventud, este libro es resultado del dolor y del desengaño. Y ya no es la Galicia física y exterior la que canta en la nueva colección poemática, sino su propio sufrimiento, que comparte con sus paisanos. En Follas novas están el alma de Rosalía y la de sus paisanos.
Por último, su magna obra en castellano En las orillas del Sar, es una atormentada confesión de su intimidad, de sus ideas sobre el amor y el dolor, sobre la injusticia humana, sobre la muerte y la eternidad, de exaltado tono religioso. Son poemas breves, con rima asonante y metros amplios.


Significación de Rosalía
No están claras las relaciones poéticas que ligan a Bécquer y a Rosalía. Se habla de influjos mutuos no demostrados; quizá sus relativas afinidades haya que buscarlas en la devoción que ambos sintieron por Heine. Y comparados carece de sentido. Bécquer es más puro, más austero de medios expresivos y su emoción impregna al lector súbitamente. Rosalía ofrece una riqueza temática muy superior, no olvida el dolor ajeno, es sensible a la alegría, a la belleza del paisaje, y sus tonos son más vehementes. En su tiempo, fue poco estimada fuera de Galicia. Fueron los hombres del 98 quienes, en su afanosa búsqueda de valores hispanos, hicieron el gran hallazgo de Rosalía. "Azorín” acusará de estulticia a la crítica por desconocer "a uno de los más delicados, de los más intensos y originales poetas que ha producido España". Y en versos de Antonio Machado se percibe su influjo.


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