E. Siglo XIX. ROMANTICISMO. 2. Narrativa.
B) Ramón de Mesonero Romanos: Escenas matritenses. “El
Romanticismo y los románticos”
Texto:
La
primera aplicación que mi sobrino creyó deber hacer de adquisición tan
importante, fue a su propia física persona, esmerándose en poetizarla por medio
del romanticismo aplicado al tocador. Porque (decía él) la fachada de un
romántico debe ser gótica, ojiva, piramidal y emblemática.
Para
ello comenzó a revolver cuadros y libros viejos, y a estudiar los trajes del
tiempo de las Cruzadas; y cuando en un códice roñoso y amarillento acertaba a
encontrar un monigote formando alguna letra inicial de capítulo, o rasguñado al
margen por infantil e inexperta mano, daba por bien empleado su desvelo, y
luego poníase a formular en su persona aquel trasunto de la Edad Media.
Por
resultado de estos experimentos llegó muy luego a ser considerado como la
estampa más romántica de todo Madrid, y a servir de modelo a todos los jóvenes
aspirantes a esta nueva, no sé si diga ciencia o arte. -Sea dicho en verdad;
pero si yo hubiese mirado el negocio sólo por el lado económico, poco o nada
podía pesarme de ello; porque mi sobrino, 51 procediendo a simplificar su
traje, llegó a alcanzar tal rigor ascético, que un ermitaño daría más que hacer
a los Utrillas y Rougets.
Por
de pronto eliminó el frac, por considerarlo del tiempo de la decadencia; y
aunque no del todo conforme con la levita, hubo de transigir con ella, como más
análoga a la sensibilidad de la expresión. Luego suprimió el chaleco, por
redundante; luego el cuello de la camisa, por inconexo; luego las cadenas y
relojes; los botones y alfileres, por minuciosos y mecánicos; después los
guantes, por embarazosos; luego las aguas de olor, los cepillos, el barniz de
las botas, y las navajas de afeitar; y otros mil adminículos que los que no
alcanzamos la perfección romántica creemos indispensables y de todo rigor.
Quedó,
pues, reducido todo el atavío de su persona a un estrecho pantalón que
designaba la musculatura pronunciada de aquellas piernas; una levitilla de
menguada faldamenta, y abrochada tenazmente hasta la nuez de la garganta; un
pañuelo negro descuidadamente anudado en torno de ésta, y un sombrero de
misteriosa forma, fuertemente introducido hasta la ceja izquierda. Por bajo de
él descolgábanse de entrambos lados de la cabeza dos guedejas de pelo negro y
barnizado, que formando un bucle convexo, se introducían por bajo de las
orejas, haciendo desaparecer éstas de la vista del espectador; las patillas, la
barba y el bigote, formando una continuación de aquella espesura, daban con
dificultad permiso para blanquear a dos mejillas lívidas, dos labios
mortecinos, una afilada nariz, dos ojos grandes, negros y de mirar sombrío; una
frente triangular y fatídica.
Tal
era la vera efigies de mi sobrino, y no hay que decir que tan uniforme tristura
ofrecía no sé qué de siniestro e inanimado, de suerte que no pocas veces,
cuando cruzado de brazos y la barba sumida en el pecho, se hallaba abismado en
sus tétricas reflexiones, llegaba yo a dudar si era él mismo o sólo su traje
colgado de una percha; y aconteciome más de una ocasión el ir a hablarle por la
espalda, creyendo verle de frente, o darle una palmada en el pecho, juzgando
dársela en el lomo.
Cuestiones:
1. ¿Es muy distinta la juventud de hoy a la del Romanticismo?
2. ¿Qué palabras usa el autor que pueden suponerse burla de las de su sobrino?
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