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viernes, 29 de noviembre de 2013

HL. Textos. Siglo XVIII. El castellano moderno




EL CASTELLANO MODERNO
FEIJOO
Discursos y cartas
Concédese, que por lo común es vicio del estilo la introducción de voces nuevas o extrañas en el idioma propio. Pero, ¿por qué? Porque hay muy pocas ,amos que tenganla destreza necesaria para hacer esa mezcla. Es menestar para ello un tino sutil, un discernimiento delicado. Supongo que no ha de haber afectación, que no ha de haber exceso. Supongo también que es lícito el uso de voz de idioma extraño, cuando no hay equivalencia en el propio; de modo que, aunque se pueda explicar lo mismo con el complejo de dos o tres voces domésticas, es mejor hacerlo con una sola, venga de dosnde viniera. Por este motivo, en menos de un siglo se han añadido más de mil voces latinas a la lengua francesa y otras tantas, y muchas más, entre latinas y francesas, a la castellana. Yo me atrevo a señalar en nuestro nuevo diccionario más de dos mil , de las cuales ninguna se hallará en los autores españoles que escribieron antes de empezar el pasado siglo, si tantas adiciones hasta ahora fueron lícitas, ¿por qué no lo serán otras ahora? Pensar que ya la lengua castellana u otra alguna del mundo tiene toda la extensión posible o necesaria, sólo cabe en quien ignora que es inmensa la amplitud de las ideas, para cuya expresión se requieren distintas voces.
Los que a todas las peregrinas niegan entrada en nuestra locución, llaman a esta austeridad pureza de la lengua castellana. Es cosa vulgarísima nombrar las cosas como lo ha menester el capricho, el error o la pasión. ¡Pureza! Antes se deberá llamar pobreza, desnudez, miseria, sequedad. He visto autores franceses de muy buen juicio, que con irrisión llaman puristas a los que son rígidos en esta materia, especie de secta en línea de estilo, como lo hay de puritanos en punto de religión.
No hay idioma alguno que no necesite del subsidio de otros, porque ninguno tiene voces para todo. (...)
Diránme acaso, y aún pienso que lo dicen, que en otro tiempo era lícito uno u otro recurso a los idiomas extraños porque no tenía entonces el español toda la extensión necesaria; pero hoy es superfluo, porque ya tenemos voces para todo. ¿Qué puedo yo decir a esto, sino que alabo la satisfacción? En una clase sola de objetos les mostraré que nos faltan muchísimas voces. ¿Qué será en el complejo de todas? Digo en una clase sola de objetos; esto es de los que pertenecen al predicamento de acción. Son innumerables las acciones para que no tenemos voces ni nos ha socorrido con ellas el nuevo diccionario. (....)
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B. J. FEIJOO: Discursos y cartas. Fragmentos de Introducción de voces nuevas. Clásicos Ebro. Zaragoza, Ebro, 1965, pp. 78-79 y 82-83.

TORRES VILLARROEL

Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Corte

Acabaron el baile, despidiéronse unos y quedáronse otros; llegó el tiempo de cenar, fueron rewqueridos los criados. Con esto entraron al punto seis o siete ministros de la gula, auxiliares de la destemplanza, terceros de ahitera y alcahuetes de la borrachez. Extendieron sobre largas mesas delicadísimos manteles; distribuyeron un haz de servilletas, cuchillos, platos, cucharas y tenedores. Tocóse a degollar la razón, a desgarretar la salud, a desenvolver el recato, a espolear la lujuria y a desarrebujar el secreto. Sentáronse todos; empezaron a venir ensaladas de todas naciones; engulléronse un huerto con aceite y vinagre; siguióse variedad de carnes; desde aquí comenzó la humareda de los mostos  a cegar el juicio y a dejar a tientas el alma. Tan impaciente se miraba la voracidad de todos, que más parecía embestir que comer. Cada dos bocados eran colaterales a media azumbre. Tragáronse a la Extremadura en jamones, a Salamanca en pavos; desapareciose San martín a sorbos, y se enjugó Lucena a buches. Tan presto quería la gula verter los platos en el vientre, que desechando las diligencias del mascar, nos dieron a entender que se podían sorber los perdogones... Corrían desguazados por los gaznates de las hembras los ríos de peralta. Aquí fue donde no pudo enmudecer don Francisco; y volviéndose, me dijo
-Éste es el teatro donde me has representado con más viveza la corrupción de las costumbres de tu siglo. Basta el informe de este desordenado banquete para conocer el estado lamentable de las cosas. ¿Cuándo la moderación de las mujeres de España consintió tan destemplado desorden en el uso del vino? Ya creo que las hembras son apóstatas de la honestidad, cuando este licor es ídolo de sus apetitos. En mi tiempo era agravio de la pureza, no digo beberlo, sino el desearlo.
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DIEGO DE TORRES VILLARROEL: Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Corte, Clásicos Castellanos, Madrid, Espasa-Calpe, 2ª ed., 1976, pp. 95-96.

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