GET-Viento triste. Primera parte (2014)

GET- Viento triste. Segunda parte (2014)

viernes, 12 de abril de 2013

Literatura Universal. Edad Media-Textos


B. EDAD MEDIA
4. LITERATURA ÁRABE
I. LA LITERATURA RELIGIOSA


II. EL CUENTO
Las mil y una noches
“El caballo de ébano”
Abundan en Las mil y una noches los cuentos mágicos o sobrenaturales, en que aparecen genios, gigantes, espíritus, duendes o sabios con extraordinarios poderes. En algunas ocasiones, estos seres del más allá ayudan a los protagonistas; en otras, encarnan las fuerzas del mal contra las que aquéllos han de combatir. Aladino y la lámpara maravillosa y El caballo de ébano son representativos de esta temática. He aquí el comienzo de éste último:
Se cuenta que en el tiempo más antiguo vivía un gran rey muy poderoso. Tenía tres hijas, semejantes a un plenilunio sin nubes, a jardines en flor. Tenía, además, un hijo varón que era como la luna llena. Cierto día, mientras estaba sentado en el trono de su imperio, se presentaron ante él tres sabios. El primero llevaba un pavo de oro; el segundo, una trompeta de bronce, y el tercero, un caballo de marfil y ébano. El rey les preguntó:
-¿Qué significan estas cosas? ¿Qué utilidad tienen?
El dueño del pavo explicó:
-Este pavo grita y agita sus alas a cada hora que transcurre, sea de día o sea de noche.
El dueño de la trompeta dijo:
-Si esta trompeta se coloca en la puerta de la ciudad, hace el oficio de guardián, ya que si entra en ella un enemigo, la trompeta da la alarma, lo reconoce y lo pone en retirada.
El dueño del caballo explicó:
-¡Señor mío! Si un hombre monta en este caballo, será conducido al país que desee.
El rey les explicó:
-No os recompensaré hasta haber comprobado la utilidad de estos inventos.
Probó el pavo y vio que era tal como lo había descri'to su dueño; probó la trompeta y comprobó que respondía exactamente a la descripción de su dueño. El rey dijo a los sabios:
-¡Pedidme lo que deseéis!
-Cada uno de nosotros quiere casarse con una de tus hijas.
Entonces se adelantó el hijo del rey y dijo:
-Padre, yo montaré el caballo y comprobaré sus cualidades.
El rey replicó:
-Hijo mío, pruébalo como quieras.
El muchacho se acercó al corcel y espoleó, pero no se movió de su sitio. Preguntó:
-¿Dónde está el sabio que decía que este caballo andaba?
El hombre se acercó al hijo del rey y le enseñó la manivela de la subida. Le dijo:
-Da la vuelta a esta llave.
El hijo del rey lo hizo así, y el caballo se estremeció y se echó a volar hacia las nubes con el hijo del rey. Voló ininterrumpidamente hasta perderse de vista. El hijo del rey se quedó perplejo y se arrepintió de haber montado en el caballo. «¡Este sabio ha buscado el medio de aniquilarme! ¡No hay fuerza ni poder sino en Dios, el Altísimo, el Grande!». Empezó a examinar todos los miembros del animal y en el hombro derecho del caballo descubrió algo que parecía la cabeza de un gallo; en el hombro izquierdo había otra pieza igual. Apretó la del lado derecho y el caballo aumentó la velocidad y la altura. Volviéndose luego hacia el hombro izquierdo, tocó el botón, lo movió y los movimientos del corcel se hicieron más lentos y empezó a bajar poco a poco.
Schehrezade se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche trescientas cincuenta y ocho, refirió:
-Me he enterado, ¡oh rey feliz! de que el príncipe comprobó con ello las virtudes del caballo, y el corazón se le llenó de alegría y de gozo. Dio gracias a Dios (¡ensalzado sea!) por los favores que le había hecho al salvarlo de la muerte. Fue descendiendo durante todo el día, ya que había subido muy alto. Mientras bajaba, movía la cabeza del animal a su placer: bajaba o subía, según quisiera. Cuando se hubo familiarizado con el caballo, llegó a una región de la tierra y empezó a contemplar lo que había en sus comarcas y ciudades, que no conocía ni había visto en toda su vida. Entre las muchas cosas que distinguió había una ciudad de bellos edificios, construida en medio de una tierra verde, floreciente, con muchos árboles y ríos. Se dijo: «¡Quién supiera el nombre de esta ciudad y la región en la que se encuentra!» Empezó a dar vueltas en torno a la misma y a examinarla a derecha e iquierda. El día se iba y el sol estaba a punto de ponerse. En esto, descubrió en el centro de la ciudad un alcázar que se levantaba por los aires y que estaba rodeado por anchas murallas de elevadas almenas. El príncipe se dijo: «Este lugar es magnífico.» Empezó a maniobrar con el botón que hacía descender el caballo y no paró de bajar hasta que se posó en la azotea del alcázar. Descabalgó y dio gracias a Dios (¡ensalzado sea!).

“Simbad el marino”
Contiene Las mil una noches numerosos cuentos de aventuras o de intriga: enredos amorosos; lances caballerescos de la corte de Bagdad, en todo su esplendor; hazañas de bandoleros; viajes maravillosos que recogen, fantaseadas, las experiencias de los audaces navegantes y mercaderes musulmanes por el Océano Indico... En Simbad el marino, que recuerda asombrosamente a la Odisea, un comerciante cuenta siete de esos viajes, a los que fue empujado por la ganancia y la aventura, y de los que volvió siempre rico y feliz.  He aquí un fragmento:
Al levantarme no encontré a nadie.  El buque había zarpado, sin que nadie de los pasajeros o tripulantes se acordase de mí; me habían abandonado en la isla. Me volví a derecha e izquierda pero no vi a nadie más. Me entró un terror profundo, hasta el punto de que por poco me estalla el corazón de pena y tristeza. Me había quedado sin ninguna de las ventajas del mundo y no tenía qué comer o beber; además, estaba solo.  Desesperé de la vida y dije: “Tanto va el cántaro a la fuente, que al fin se rompe.” Si la primera vez me salvé y encontré quien me llevase consigo desde aquella isla hasta la civilización, esta vez no creo que vuelva a tener la misma suerte.» Empecé a llorar y a lamentarme, y me entró tal rabia, que me maldije a mí mismo por lo que había hecho: volver a viajar y fatigarme, después de haberme instalado cómodamente en mi casa y en mi país, en donde vivía satisfecho y tenía a mi disposición comidas, bebidas y vestidos magníficos, sin necesitar dinero ni mercancías.
Me volví casi loco.  Me puse de pie rabiosamente y empece a recorrer la isla en todas direc­ciones, sin poder detenerme en ningún sitio: Después me subl a un árbol altísimo y extendí la mirada en derredor, sin ver más que agua, árboles, pájaros, islas y arenas.  Al mirar más atenta­mente distinguí algo blanco y muy grande que había en la isla.  Bajé del árbol, me dispuse a ver de qué se trataba y marché en aquella dirección.  Era una gran cúpula blanca, muy elevada y de gran circunferencia.  Me acerqué, di la vuelta en torno a ella y no encontré ninguna puerta ni tuve fuerza ni agilidad suficientes, dado lo lisa que era, para trepar por ella.
Señalé el sitio en que me encontraba y medí su circunferencia: tenía cincuenta pasos justos. Empecé a pensar qué hacer para conseguir entrar, pues se acercaba la noche.  De repente se ocultó el sol.
Pensé que tal vez había sido tapado por una nube, pero como estábamos en verano me extrañó.  Levanté la cabeza y vi un pájaro enorme, de gigantesco cuerpo y descomunal envergadura de alas, que surcaba el aire.
Había tapado el sol a su paso.  Me admiré muchísimo y recordé una historia...
Schehrezade se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
Cuando llegó la noche quinientas cuarenta y cuatro, refirió:
-Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que Simbad prosiguió: Recordé una historia que había oído hacía tiempo a los viajeros y caminantes: En una isla vivia un pájaro enorme, llamado ruj, que alimentaba a sus polluelos con elefantes. Entonces me convencí de que la cúpula que estaba viendo era un huevo de ruj, y me admiré de la creación de Dios (¡ensalzado sea!). Mientras me encontraba en esta situación, el pájaro descendió sobre la cúpula, empezó a incubarla con las alas, y apoyando las patas en el suelo por detrás, se durmió encima. ¡Gloria a Aquel que no duerme! Entonces deshice el turbante que llevaba en la cabeza, lo doblé y lo trencé hasta que quedó transformado en una cuerda; me ceñí la cintura con él y me até al pie de aquel pájaro lo más fuertemente que pude. Me dije: «Éste tal vez me conduzca a los países habitados y civilizados.»
Pasé aquella noche en vela, temeroso de dormirme y de que el pájaro arrancase a volar estando yo inconsciente.
Al hacerse de día el ave se levantó del huevo, dio un grito fortísimo y se elevó conmigo por los aires. Creí que había llegado a las nubes. Luego descendió hasta posarse en el suelo en un lugar elevado. En cuanto toqué tierra me apresuré a desatarme, pues temía que el bicho advirtiese mi presencia; pero no notó nada. El ruj cogió algo entre sus garras y se echó a volar de nuevo. Me fijé en lo que llevaba: era una serpiente enorme, que transportaba en dirección al mar.  Me encontraba en un altozano a cuyo pie corría un río profundo y ancho, encajonado entre montañas elevadísimas, cuyas cimas no alcanzaba a distinguir; nadie tiene fuerzas suficientes para escalarlas. Al ver aquello me dije: «¡Ojalá me hubiese quedado en la isla, que era más hermosa que este lugar desértico! Por lo menos allí había variadas clases de fruta para comer, y riachuelos en los que beber.  En cambio aquí no hay ni árboles, ni frutos, ni ríos. ¡No hay fuerza ni poder sino en Dios, el Altísimo, el Grande! ¡Escapo de una calamidad para caer en otra mayor y más peligrosa!»
Me puse en pie, traté de animarme y empecé a recorrer el valle. Todo su suelo estaba cubierto de diamantes; los metales preciosos y las gemas afloraban por doquier; había porcelana y ónice. Todo el valle estaba lleno de serpientes y víboras, cada una de las cuales tenía el tamaño de una palmera; eran tan enormes que podían muy bien tragarse un elefante. Aparecían por la noche y se ocultaban durante el día, dado el temor que les infundían el pájaro ruj y las águilas, que, no sé por qué razón, las cogen para despedazarlas. Me arrepentí de lo que había hecho, mientras exclamaba: «Por Dios he precipitado mi muerte.»


“El joven ladrón”
Hay en Las mil y una noches cuentos realistas, que reproducen, sin fantasear, las costumbres y la vida cotidiana del pueblo árabe. Desfilan por ellos ancianos sabios y prudentes, artesanos humildes, estafadores, pícaros y fulleros, seductoras cortesanas o tiernos enamorados... El joven ladrón tiene por base un hecho histórico: un joven “hermoso, educado, muy inteligente, bien vestido, perfumado, tranquilo y digno”, es sorprendido robando y se confiesa culpable, por lo que es condenado.  He aquí el final:
Por la mañana acudieron las gentes para ver cómo cortaban la mano del joven; no quedó en toda Basora mujer ni hombre que dejase de acudir. Jalid y las personas principales montaron a caballo; fueron convocados los jueces y se hizo comparecer al joven. Éste se presentó encadenado. Todos cuantos lo veían lloraban por él. Las mujeres prorrumpían en gritos fúnebres. El cadí mandó que callasen y dijo al muchacho:
-Esa gente asegura que tú entraste en su casa y les robaste. Quizás hayas robado cosas sin valor, que no constituyan delito.
-No; he robado más de la cuenta.
-Pero a lo mejor eres copropietario de algunas de las cosas.
-No; todo les pertenecía, y yo no tenía derecho alguno sobre ello.
Mandaron al verdugo que le cortase la mano. Éste sacó el cuchillo, el muchacho alargó el brazo y el verdugo puso encima el arma. Entonces, de entre las mujeres arrancó a correr, gritando, una muchacha con los vestidos sucios; se arrojó encima del muchacho, se quitó el velo y apareció una luna. La gente se alborotó y poco faltó para que estallase un tumulto. La muchacha gritó con su voz más fuerte:
-Te conjuro en nombre de Dios, Emir, a que no decidas que le corten la mano antes de leer este memorial.
Le entregó un papel. Jalid lo abrió y lo leyó. Contenía estos versos:

¡Jalid! Ése es un loco, un esclavo del amor;
mis ojos lo han herido con los arcos de las cejas. Lo hirió una flecha de mi mirada,
porque es esclavo de la pasión,
porque es incapaz de curarse de su daño.
Ha confesado lo que no ha hecho,
pues cree que eso es mejor que deshonrar a la amada.
No castigues al afligido amante,
que es el más generoso de los hombres y no un ladrón.

Jalid, al leer los versos, se apartó de la gente y ordenó que se acercara la mujer. La interrogó y ésta le explicó que aquel joven estaba enamorado de ella, y que ella le correspondía. Quiso visitarla y fue a casa de sus padres; tiró una piedra para advertirle de su llegada, mas el padre y sus hermanos oyeron el ruido del golpe y salieron a su encuentro. Él, al oír que llegaban, recogió toda la ropa de la habitación para hacerles creer que se trataba de un ladrón y salvar la honra de su amada.
Entonces lo detuvieron, exclamando: «¡Éste es un ladrón!», y lo trajeron a tu presencia. Él ha confesado el robo y se ha ratificado en la confesión para no deshonrarme. Por eso se ha declarado autor del robo, por su extrema nobleza y generosidad.
Jalid exclamó:
-¡Es digno de obtener lo que desea!
Mandó llamar al joven, lo besó entre los ojos e hizo comparecer al padre de la muchacha:
-Anciano, estábamos dispuestos a castigar a este joven cortándole la mano, pero Dios, Todopoderoso y Excelso, lo ha salvado de esta pena, y yo he ordenado que le entreguen diez mil dirhemes, porque él daba su mano para salvar su honor y el de tu hija, para preservaros de la afrenta. He mandado dar a tu hija otros diez mil dirhemes por haberme dicho la verdad, y ahora te pido me permitas que la case con él.
El anciano contestó:
-Te concedo el permiso, Emir.
Jalid dio gracias a Dios, lo alabó y pronunció un hermoso sermón.
Schehrezade se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.



III. LA POESÍA ARÁBIGO-ESPAÑOLA
El collar de la paloma
El poeta Al Ramadi pasaba junto a la Puerta de los Drogueros de Córdoba, que era el sitio de reunión de las mujeres, cuando vio una muchacha “que -según dijo- se apoderó de las entretelas de mi corazón y cuyo amor se filtró por todos los miembros de mi cuerpo». Dejó entonces el camino de la Mezquita y se puso a seguirla. Ella tiró hacia el Puente y lo cruzó camino del lugar que llaman el Arrabal. Al pasar entre los jardines de los Banu Marwan (¡Dios los haya perdonado!), trazados sobre sus tumbas, en el cementerio del Arrabal, al otro lado del río, vio la muchacha que él se apartaba de las gentes, sin otro intento que seguirla, y entonces se dirigió a él y le preguntó:
-¿ Qué quieres, que vienes tras de mí?
Él le ponderó el gran tormento que por ella sentía.
-Déjate de esas cosas -le contestó- y no me busques la perdición. No puedes lograr tu intento ni hay modo de conseguir lo que quieres.
-Me contento con mirarte -dijo él.  Y ella atajó:
-Eso sípuedes hacerlo.
Entonces él volvió a preguntarle:
-¡ Oh señora mía! ¿Eres libre o esclava?
-Esclava.
-¿ Cómo te llamas?
-Jalwa.
-¿ Quién es tu amo?
-¡Por Dios!  Antes sabrías lo que hay en el séptimo cielo que eso que me preguntas. ¡Déjate de imposibles!
-i Oh señora mía!¿ Dónde volveré a verte?
 -Donde hoy me has visto, y a la misma hora, todos los viernes. -Y añadió. -Y ahora, ¿te vas tú primero o me voy yo?
-Vete tú primero, con la guarda de Dios.
Partió ella camino del Puente y él no pudo seguirla, porque a cada paso se volvía para ver si iba tras ella o no. Cuando hubo traspuesto la puerta del Puente, corrió en pos de ella, pero ya no pudo encontrar su rastro.
(Ibn HAZM)
El collar de la paloma:


Te amo con un amor inalterable,
mientras tantos amores humanos
no son más que espejismos.
Te consagro un amor puro y sin mácula:
en mis entrañas está visiblemente grabado tu cariño.
Si en mi espíritu hubiese otra cosa que tú,
1a arrancaría y desgarraría con mis propias manos.
No quiero de ti otra cosa que amor,
fuera de él no te pido nada.
Si lo consigo, la Tierra entera y la Humanidad
serán para mí como motas de polvo
y los habitantes del país, insectos.

Desearía rajar mi corazón con un cuchillo,
meterte dentro de él y luego volver a cerrar mi pecho,
para que estuvieras en él y no habitaras en otro,
hasta el día de la resurección y del juicio;
para que moraras en él durante mi vida
y, a mi muerte, ocuparas las entretelas de mi corazón
en la tiniebla del sepulcro.

(Ibn HAZM)


5. LITERATURAS EUROPEAS. pOESÍA ÉPICA Y LÍRICA
I. POESÍA ÉPICA

Canción de Roldán
El emperador ha regresado de España y llega a Aix, la mejor sede de Francia; sube al palacio y entra en la cámara. He aquí que se le ha acercado Alda, una hermosa doncella, y dice al rey: “¿Dónde está el capitán Roldán, que me juró tomarme por compañera?» Carlos siente dolor y pesadumbre, lloran sus ojos y mesa su barba blanca: «Hermana, querida amiga, me preguntas por hombre muerto. Te daré compensación muy ventajosa: es Ludovico, no podría decir otro mejor; es mi hijo y poseerá mis marcas.» Alda responde: “Extraño me es este lenguaje. No plazca a Dios, a sus santos ni a sus ángeles, que siga viva después de Roldán.» Pierde el color, cae a los pies de Carlomagno. Al instante ha muerto: ¡Dios tenga piedad de su alma! Los barones franceses la lloran y la lamentan.
Alda la hermosa ha ido hacia su fin. El rey se figura que se ha desvanecido; siente lástima y el emperador la llora. La toma con sus manos y la ha levantado, ella ha inclinado la cabeza sobre la espalda. Cuando Carlos ve que la ha recogido muerta, ha mandado enseguida por cuatro condesas: es llevada a un monasterio de monjas, y la velan por la noche hasta el amanecer. La enterrarán bellamente al lado de un altar. El rey ha concedido grandes honores al monasterio.



II. PRIMITIVA POESÍA LÍRICA
Moaxaja


De donde vive el amigo, viene
un vientecillo que es manso y lene.

Lánguidos soplos mi ser penetran,
resucitando las ansias viejas.
Tráeme saludos del que atormenta
mi alma extenuada con sus desdenes.
¡Maldita ausencia, Dios te condene!

En ley de amores, ¿cuál fue mi crimen
desde que solo dejome y triste?
Nadie en mi afecto podrá suplirle.
¿Y hacer qué puedo? No quiere verme.
¿Me queda astucia de que valerme?

Tórnate, brisa, vete a su lado,
y al mismo sitio en que está el amado
lleva un saludo desesperado.
Pon en sus manos un beso leve
por mí, y sé humilde como conviene.

Una muchacha, que de amor presa
sufre desdenes y sufre ausencia,
así llorando cantó su pena:

Bénid la Pasca, ay, aún sin elle,
lasrando mew qorazún por elle

(Viene la Pascua, ay, aún sin él,
sufriendo (está) mi corazón por él)

(Ibn BAQUÍ), siglo XII


III. GRANDES POETAS DE LA EDAD MEDIA
La Divina comedia
Dante, extraviado en una selva (las pasiones), es amenazado por tres fieras (la malicia, la violencia, la incontinencia). Le ayuda Virgilio (la razón), quien le propone un viaje a ultratumba. Atraviesan las puertas del Infierno (Canto III), cuyos círculos recorren hasta llegar a un lago helado donde los condenados por traición purgan sus penas junto a Lucifer. Allí relata su caso el conde Ugolino, que roe eternamente la cabeza de quien lo emparedó con sus hijos hasta morir de hambre (Canto XXXIII).
“El Infierno”
CANTO III

POR MÍ SE VA A LA CIUDAD DOLIENTE,
POR MÍ SE VA AL ETERNAL DOLOR,
POR MÍ SE VA CON LA PERDIDA GENTE.
FUE LA JUSTICIA QUIEN MOVIÓ A MI AUTOR.
EL DIVINO PODER SE UNIÓ AL CREARME
CON EL SUMO SABER Y EL PRIMO AMOR.
EN EDAD SÓLO PUEDE AVENTAJARME
LO ETERNO, MAS ETERNAMENTE DURO.
PERDED TODA ESPERANZA AL TRASPASARME.



Estas palabras de color oscuro
vi escritas en lo alto de la puerta.
Dije: «Maestro, su sentido es duro.»
Y él respondió como persona alerta:
«Es bueno que el temor sea aquí dejado
y aquí la cobardía quede muerta.
Al lugar que te dije hemos llegado
donde verás las gentes dolorosas
que sin el bien del alma se han quedado.»
Tomó mi mano y con sus animosas
miradas y su voz me conforté
y él me introdujo en las secretas cosas.
Llantos, suspiros y ayes escuché
resonando en el aire sin estrellas
por eso a llorar allí empecé.
Distintas lenguas, hórridas querellas,
palabras de dolor, de airado acento,
voces altas y roncas y, con ellas,
un manotear, formaban un violento
tumulto, en aquel céfiro manchado,
como de arena que levanta el viento.
Yo, que de horror sentíame embargado,
dije: «Maestro, ¿cuál es ese ruido?
¿Qué gente, qué dolor la ha golpeado?»
Y él a mí: «De las almas que han vivido
de modo que ni el bien ni el mal hicieron
brotar este triste y mísero alarido.»




CANTO XXXIII

«Sentí cómo clavaban la salida
de la espantosa torre desde fuera:
los miré con la lengua enmudecida.
Yo no lloraba, tal mi espanto era;
y, llorando, mi Anselmo preguntó:
“¿Por qué mirando estás de esa manera?”
Mas no lloré, y mi boca se calló
todo aquel día y se siguió callando
hasta que un nuevo sol su luz mostró.
Cuando un rayo de sol ya estaba entrando
en la cárcel, mi aspecto suponía
por los cuatro que estaba contemplando;
por el dolor, las manos me mordía;
y ellos así me hablaron, pues movido
por el hambre creyeron que lo hacía:
“Menos nos dolerá, padre querido,
si nos comes; de carne nos vestiste
y puedes desnudar lo que has vestido.”
Por no apenarlos me calmaba, triste;
un día y otro mudos estuvimos.
¡Ay!, ¿por qué, cruel tierra, no te abriste?
Así hasta el día cuarto transcurrimos,
y a mis pies Gado se arrojó gritando:
“¡Oh, padre, ayúdanos, porque morimos!”
Allí murió; como me estás mirando,
a los tres vi morir uno por uno,
entre el quinto y el sexto; y delirando
y ciego ya, cuando tocaba a alguno
de los cuatro, aunque muerto, le llamaba;
después, más que el dolor pudo el ayuno.»
Esto dijo, y la vista extraviaba;
en el mísero cráneo hincó los dientes
y, cual un can, los huesos atacaba.

(DANTE)

Cancionero
Petrarca es el primer lírico que compuso un libro con un sentido unitario: el amor no correspondido. Aunque todavía idealice a Laura, el amor adquiera en él una dimensión más terrenal y humana que en Dante. En su Cancionero hay dos partes: las rimas compuestas mientras Laura vivía, teñidas de angustia y culpabilidad, porque la desea y la venera a la vez; y las compuestas tras la muerte de Laura, donde la amada, ya espíritu puro, se hace símbolo divino, y el corazón del poeta alcanza una mayor paz y serenidad.
LXI

Benditos sean el año, el mes, el día,
la estación, la hora, el tiempo y el instante,
y el país y el lugar en que delante
de los ojos que me atan me veía;

y el dulce afán primero que sentía
cuando me ataba Amor, y aquel tirante
arco sus flechas, y, en mi pecho amante,
las profundas heridas que me abría.

Bendito sea el incesante acento
que llamando a mi dama he difundido,
y el llanto y el deseo y el lamento,

y bendito el papel con que he solido
ganarle fama y, ay, mi pensamiento,
que parte en él tan sólo ella ha tenido.


CXXXIV

Paz no encuentro, y no tengo armas de guerra;
temo y espero; ardiendo, estoy helado;
vuelo hasta el cielo, pero yazgo en tierra;
no estrecho nada, al mundo así abrazado.

Quien me aprisiona no me abre ni cierra,
por suyo no me da, ni me ha soltado;
y no me mata Amor ni me deshierra,
ni quiere verme vivo ni acabado.

Sin lengua ni ojos veo y voy gritando;
auxilio pido, y en morir me empeño;
me odio a mí mismo, y alguien me enamora.

Me nutro de dolor, río llorando;
muerte y vida de igual modo desdeño:
en este estado me tenéis, señora.


CLXII

Flores felices, biennacidas hierbas
que, pensativa, pisa mi señora;
campo que oyes su voz cautivadora
y de sus bellos pies huellas conservas;

arbustillos de frondas aún acerbas,
violetas cuyo tinte me enamora,
umbrosas selvas que os mostráis ahora,
llenas de sol, más altas y superbas;

oh sitio ameno, oh río de agua pura
que le bañas la faz, y de su vista
tomas la viva luz que es tu hermosura;

yo envidio que de honesto amor os vista!
No habrá en vosotros una piedra dura
que a arder entre mis llamas se resista.


CCXCII

Los ojos de que hablé exaltadamente,
los brazos, pies y rostro que no olvido,
que me habían a mí mismo dividido
y hecho desemejante de la gente;

los crespos rizos de oro reluciente
y el sonreír angélico encendido
que al mundo en paraíso ha convertido,
ahora son poco polvo que no siente.

Yo en cambio vivo, y ello me impacienta,
privado de la luz que amaba tanto,
en desarmado leño y con tormenta.

Aquí concluya mi amoroso canto,
que a mi ingenio su vena no alimenta
y mi cítara entona sólo llanto.

(PETRARCA)

Balada de los ahorcados
Villon no incluyó en el Testamento su poema más famoso: la Balada de los ahorcados, compuesta a raíz de su condena a muerte. En ella, el cadáver del poeta colgado entre otros maleantes, azotado por la lluvia y el sol, picoteado por los cuervos, cobra voz para reconocer sus culpas y solicitar perdón.


Hermanos, los humanos que aún seguís con vida,
no tengáis con nosotros el corazón muy duro,
pues si queréis mostrar piedad con estos pobres,
Dios no lo olvidará y os podrá ser clemente.
Vednos aquí colgados a cinco o seis que somos,
ved aquí nuestros cuerpos, que tanto hemos mimado:
nuestra carne está ya devorada y podrida
y nosotros, los huesos, nos hacemos ceniza.
Nadie de nuestro mal debería burlarse:
más bien, rogad a Dios que nos absuelva a todos.

Si hermanos os llamamos, no debéis ofenderos
ni mostramos desdén, aunque fuimos matados
por obra de justicia. Antes bien, ya sabéis
que todos los humanos no saben comportarse.
Disculpadnos a todos, pues ya estamos presentes
ante el buen Jesucristo, el hijo de María;
que no nos sea negada a ninguno su gracia
y quiera preservarnos del fuego del infierno.
Ya estamos todos muertos, que nadie nos maldiga:
más bien, rogad a Dios que nos absuelva a todos.

La lluvia ya nos tiene mojados y lavados
y el sol nos ha secado y nos ha ennegrecido;
las urracas, los cuervos, nos sacaron los ojos
y arrancaron los pelos de cejas y de barbas.
Nunca, en ningún momento, podemos estar quietos:
hacia un lado, hacia el otro, según varía el viento,
a su antojo nos mueve, sin parar un momento,
por las aves picados, lo mismo que dedales.
Así, pues, no queráis veros como nos vemos:
más bien, rogad a Dios que nos absuelva a todos.

Señor Jesús, que a todos nos tienes en tus manos,
evita que caigamos en poder del infierno:
no creo que tengamo s mucho que hacer en él.
Hermanos, yo os lo juro, en esto no hago burlas;
más bien, rogad a Dios que nos absuelva a todos.

(VILLON)

Cantos de amor
El eje de la poesía de Ausias March es el amor. La mujer, a la que ve no como algo intangible sino como un ser de carne y hueso, es para él una fuente de conflictos morales. Y el poeta oscila entre la sensualidad y la espiritualidad, la pasión y la razón, el pecado y el arrepentimiento, lo pasajero y lo eterno... Sus poesías amorosas están dedicadas a dos damas, a una de las cuales llama Lirio entre cardos y a otra Llena de sentido.


Cuitados que yacéis bajo la tierra
por herida de amor ensangrentados,
y los que con ardiente corazón
amasteis bien, os ruego no olvidarme.

Venid llorando, los cabellos sueltos,
abierto el pecho por mostrar llagado
el corazón con las saetas de oro
con las que Amor a enamorados llaga.

Hay de heridas de Amor tres calidades,
y en las flechas que lanza bien se muestra,
pues fuerza es que los heridos sientan
según llagados sean el dolor.

De oro y de plomo son tales saetas,
y de un metal al que se llama plata;
y cada una da su sentimiento
según el mundo sabe distinguirlas.

En aquel tiempo que antes que éste fue,
lanzó Amor todas sus saetas de oro;
pero, desmemoriado, una guardó
con la que hiriome, y hoy por ella muero.
Perecieron así muchos antiguos;
armas mortales hoy Amor no tiene.
Con las de plata deja cicatriz,
mas los llagados de morir son salvos.

Con las de plomo hoy solazarse suele,
y su poder no basta a verter sangre.
Amor, viendo tan flaco su poder,
ha roto el arco; al mundo lo refiero.
Con corazón sincero paz demanda,
y así pueden ir todos destocados;
no hay que erigir castillos por huirle,
más bajo yace su poder que en tierra.

Mas yo herido de muerte estoy, a fe.
Es guerra para mi esta paz de Amor,
si aquélla que me hirió en guerra estuviese,
vencido, en paz esclavo suyo fuera.
Paz tiene el mundo, y guerra yo tan sólo,
pues Amor acabó su guerrear;
llagado estoy, y no podré sanarme
si mi dueño de llagas no se duele.

Oh loco Amor, quien vuestro placer quiere
en lugar falso pone su contento;
reposo no le da el entendimiento,
que no acata sino lo verdadero.

(Ausias MARCH)


6. LITERATURAS EUROPEAS. TEATRO Y NARRACIÓN
I. EL TEATRO

II. NARRADORES EN VERSO

III. GRANDES NARRADORES DE LA EDAD MEDIA
Decamerón
Jornada cuarta
En el Decamerón el amor es, a menudo, una pasión noble, trágica, arrebatadora, que lleva al heroísmo (la joven que se envenena bebiendo el corazón de su amante, muerto por su padre), al paroxismo (el marido que obliga a la mujer a comerse el corazón de su amante) o a la locura, como en el cuento siguiente. Pertenece a la Jornada cuarta, que trata de “aquellos cuyos amores tuvieron infeliz final” y comienza contando cómo tres comerciantes matan a un empleado suyo porque descubren que es el amante de su hermana.
Como Lorenzo no regresaba y Lisabetta preguntaba muy frecuente y solícitamente por él a sus hermanos, porque la larga tardanza le era gravosa, sucedió un día que, como ella preguntaba muy insistentemente, uno de sus hermanos le dijo:
-¿Qué significa esto? ¿Qué tienes que ver con Lorenzo, que preguntas tan a menudo?  Si preguntas más, te daremos la respuesta que mereces.
Por lo que la joven, triste y afligida, temerosa y sin saber de qué, estaba sin preguntar más y muchas veces por la noche le llamaba compasivamente y le rogaba que fuese a verla; y algunas veces se lamentaba con muchas lágrimas de su larga tardanza y sin alegrarse por nada estaba siempre esperando.
Una noche sucedió que, habiendo llorado mucho a Lorenzo que no regresaba, y cuando por fin se durmió llorando, Lorenzo se le apareció en sueños, pálido Y todo desgreñado y con las ropas todas destrozadas Y empapadas; y le pareció que decía:
-¡Oh, Lisabetta!, no haces más que llamarme y te entristeces por mi larga tardanza y me acusas ferozmente con tus lágrimas; por lo que debes saber que ya no puedo regresar aquí, pues el último día que me viste tus hermanos me mataron.
E indicándole exactamente el lugar donde le habían enterrado, le dijo que no lo llamase más ni lo esperase, y desapareció.
La joven, al despertarse y creerse la visión, lloró amargamente. Después, cuando se levantó por la mañana, como no osaba decirles nada a sus hermanos, decidió que quería ir al lugar indicado y ver si era cierto lo que se le había aparecido en sueños. Y obteniendo permiso para alejarse algo de la ciudad dando un paseo, se fue allá lo antes que pudo en compañía de una que antes había trabajado para ellos y sabía todo lo suyo; y quitando las hojas secas que había allí, cavó donde la tierra le pareció menos dura; no hubo cavado mucho cuando encontró el cuerpo de su desdichado amante no estropeado aún ni corrompido; por lo que supo manifiestamente que su visión había sido verdadera. Y más afligida que mujer alguna por ello, sabiendo que allí no había que llorar, si hubiese podido de buen grado se habría llevado todo el cuerpo para darle más adecuada sepultura; pero al ver que esto no podía ser, con un cuchillo, lo mejor que pudo, le separó la cabeza del cuerpo, y envolviéndola en una toalla, tras echar la tierra sobre el resto del cuerpo, poniéndosela en el regazo a la sirvienta, sin que nadie la hubiese visto, se marchó de allí y se volvió a su casa.
Allí, encerrándose en su alcoba con esa cabeza suya, lloró mucho sobre ella y muy amargamente, tanto que la lavó toda con sus lágrimas, dándole mil besos en todas partes. Después tomó un gran y bonito tiesto, de esos en los que se planta mejorana o albahaca, y la puso dentro envuelta en un bonito paño; y luego, poniéndole la tierra encima, plantó en ella varias matas de hermosísima albahaca, y nunca las regaba con ninguna otra agua más que con agua de rosas o de azahar o con sus lágrimas. Y había tomado por costumbre sentarse siempre junto a ese tiesto y contemplarlo con todo su deseo, ya que tenía escondido a su Lorenzo; y después de haberlo contemplado mucho, poniéndose sobre él comenzaba a llorar, y lloraba tanto tiempo que mojaba toda la albahaca.
La albahaca, bien por tan largo y constante cuidado, bien por el abono de la tierra procedente de la cabeza corrompida que había dentro, se puso hermosísima y con muy buen olor; y como la joven siguió continuamente con ese hábito, varias veces la vieron sus vecinos; quienes, como sus hermanos estaban asombrados de cómo se había ajado su belleza y de que parecía que los ojos se le habían escapado de la cabeza,
les dijeron:
-Hemos advertido que todos los días tiene tal costumbre.
Los hermanos, al oírlo y advertirlo, tras reprenderla alguna vez en vano, a escondidas de ella hicieron que le quitaran el tiesto ese; y cuando ella no lo encontró lo reclamó muchas veces con gran insistencia, y al no dárselo, como no cesaba su llanto y sus lágrimas, enfermó, y en su enfermedad no pedía otra cosa más que su tiesto. Los jóvenes se asombraron mucho de esta petición, y por ello quisieron ver qué hubiese dentro; y al vaciar la tierra vieron el paño y en él la cabeza no tan consumida aun que no reconociesen por la cabellera rizada que era la de Lorenzo. Por lo que se asombraron mucho y temieron que aquello se supiese; y enterrándola, sin decir nada, marchándose de Messina cautelosamente y disponiendo cómo debían retirarse, se fueron a Nápoles.
La joven, sin dejar de llorar y de pedir su tiesto, se murió llorando, y así tuvo fin su desventurado amor.


Jornada sexta
El culto a la inteligencia se manifiesta en el Decamerón en el ingenio con que salvan los caballeros su dignidad, las damas su virtud y los pícaros su hambre; y en la astucia con que ocultan a sus amantes las enamoradas o hacen su agosto los sinvergüenzas. La Jornada sexta está dedicada a quienes salieran de apuros con una rápida y feliz ocurrencia, como el cocinero de este cuento, que dio a comer a su querida un muslo de una grulla que asaba para su señor.
Al llevar luego ante Conrado y algún huéped suyo la grulla sin muslo, y al asombrarse Conrado de ello, hizo llamar a Quiquibio y le preguntó qué le había pasado al otro muslo de la grulla. Y el veneciano mentiroso respondió enseguida:
-Mi señor, las grullas no tienen más que un muslo y una pata.
Conrado, entonces, dijo enojado:
-¿Cómo diablos no tienen más que un muslo y una pata? ¿Es que es ésta la primera grulla que veo?
Quiquibio continuó:
-Señor, es como yo os digo; y cuando queráis os lo haré ver en las vivas.
Conrado, por respeto a los huéspedes que tenía con él, no quiso seguir discutiendo sino que dijo:
-Ya que dices que me lo harás ver en las vivas, algo que jamás ni vi ni oí decir que ocurriese, pues quiero verlo mañana por la mañana y me quedaré satisfecho; pero te juro por el cuerpo de Cristo que, si es de otro modo, te arreglaré de manera que para tu desgracia te acordarás de mi nombre mientras vivas.
Acabada pues por esa noche la discusión, a la mañana siguiente cuando asomó el día, Conrado, a quien el sueño no le había calmado la ira, aún todo indignado se levantó y ordenó que le llevasen los caballos; y haciendo montar a Quiquibio sobre un rocín, le llevó hacia un río, en cuya orilla siempre, al amanecer, se solían ver grullas, diciendo:
-Pronto veremos quién mintió anoche, si tú o yo.
Quiquibío, al ver que la ira de Conrado aún duraba y que tenía que demostrar su mentira, sin saber cómo arreglárselas cabalgaba tras Conrado más muerto que vivo, y de buena gana, si hubiese podido, se habría escapado; pero como no podía, miraba bien adelante bien atrás y a los lados, y lo que veía creía que eran grullas que estaban a dos patas.

Pero ya una vez llegados cerca del río, consiguió ver antes que nadie en la orilla de éste unas doce grullas, que estaban todas sobre una pata, como suelen hacer cuando duermen; por lo que él, mostrándoselas rápidamente a Conrado, dijo:
-Señor, podéis ver perfectamente que anoche os dije la verdad, que las grullas no tienen más que un muslo y una pata, si miráis a aquellas que están allí.
Conrado al verlas dijo:
-Espérate, que te demostraré que tienen dos.  Y acercándose. algo más a ellas gritó:
-¡Ox, ox!
Y a este grito las grullas, sacando fuera la otra pata, después de algunas zancadas comenzaron todas a huir; por lo que Conrado, volviéndose a Quiquibio, le dijo:
-¿ Qué te parece, bribón? ¿Te parece que tienen dos?
Quiquibio, casi aturdido, sin saber ni él mismo de dónde le venía, respondió:
-Sí, señor, pero a la de anoche no le gritasteis «¡ox, ox!»; porque si le hubieseis gritado así, ella habría sacado el otro muslo y la otra pata, como han hecho éstas.
A Conrado le gustó tanto la respuesta que toda su ira se mudó en alegría y risa y dijo:
-Quiquibio, tienes razón; debía haberlo hecho.
Así pues, con su rápida y divertida respuesta, Quiquibio esquivó el castigo y se reconcilió con su señor.


Jornada séptima
Hay muchos cuentos en que los personajes ponen su inteligencia al servicio del amor. Los resultados suelen ser historias sensuales, picantes, en ocasiones hasta desvergonzadas e irreverentes, pero siempre rebosantes de gracia, con las que Boccaccio da un paso decisivo hacia el arte vitalista y mundano que caracterizará al Renacimiento' A la Jornada sexta, que trata de las burlas que las mujeres han hecho a sus maridos., pertenece este cuento en que una señora es sorprendida por su esposo con dos amantes: uno en la cama y otro en el armario.
-Mi señora, aquí está el señor que regresa; creo que está ya abajo en el patio.
La señora, al oír esto y ver que tenía a dos hombres en casa (y sabía que al caballero no le podía ocultar por su palafrén, que estaba en el patio), se tuvo por muerta; no obstante, bajándose rápidamente del lecho al suelo, decidió qué debía hacer y le dijo a micer Lambertucho:
-Señor, si me queréis algo y queréis librarme de la muerte, haréis lo que os diga.  Coged con la mano vuestro puñal desnudo y con mal gesto bajad todo turbado por la escalera e id diciendo: «Voto a Dios que lo cogeré en otro sitio.» Y si mi marido os quisiese retener o preguntar por algo, no digáis sino lo que os he dicho, y una vez montado a caballo por ninguna razón os quedéis con él.
Micer Lambertucho dijo que de buen grado lo haría; y sacando el puñal, con el rostro todo encendido tanto por el ajetreo habido como por la ira que le había entrado por el regreso del caballero, como la señora le ordenó así lo hizo.  El marido, que ya había desmontado, maravillose de ver en el patio un Palafrén; cuando iba a subir, vio bajar a micer Lambertucho y, pasmado tanto de sus palabras como de su aspecto, le dijo:
-¿Qué sucede, señor?
Micer Lambertucho, puesto el pie en el estribo y montando, no dijo más que:
-¡Por el cuerpo de Cristo, le alcanzaré en otro lugar! -y se marchó.
El gentilhombre, al subir encontró a su esposa en lo alto de la escalera toda aturdida y atemorizada; y le dijo:
-¿Qué es esto? ¿A quién va amenazando micer Lambertucho tan airado?
La señora, yéndose hacia al alcoba para que Leoneto la oyese, respondió:
-Señor, jamás pasé tanto miedo.  Se refugió aquí un joven al que no conozco y al que micer Lambertucho perseguía con el puñal en la mano, y encontró por caso esta alcoba abierta y temblando todo dijo: «Mi señora, ayudadme, por Dios, para que no me maten en vuestros brazos.» Yo me levanté enseguida y como quería preguntarle quién era y qué le ocurría, pues en éstas micer Lambertucho Y no hacia arriba diciendo: «¿Dónde estás, traidor?» Yo me puse delante de la puerta de la alcoba; y cuando él quiso entrar, le detuve, y él fue tan cortés que, cuando vio que no me agradaba que entrase aquí dentro, diciendo muchas palabras, se fue hacia abajo como habéis visto.
Dijo entonces el marido:
-Señora, hicisteis bien; habría sido una afrenta excesiva si hubiese matado a alguien aquí dentro; y micer Lambertucho cometió gran villanía al perseguir a alguien que se había refugiado aquí dentro.
Luego preguntó dónde estaba ese joven, y la señora respondió:
-Señor, no sé dónde se ha escondido.
El caballero entonces dijo:
-¿Dónde estás?  Sal afuera sin temor.
Leoneto, que todo lo había oído, todo asustado, como quien había pasado miedo de verdad, salió del lugar donde se había escondido.
El caballero dijo entonces:
-¿Qué tienes tú que ver con micer Lambertucho?
El joven respondió:
-Señor, nada en absoluto, por lo que creo firmemente que no está bien de la cabeza, o que me ha confundido; porque, cuando me vio en el camino no muy lejos de esta mansión, se echó de inmediato mano al puñal y dijo: «¡Traidor, eres hombre muerto!» Yo no me puse a preguntar la causa, sino que cuando pude me di a la fuga y me vine aquí, donde, gracias a Dios y a esta gentil señora, me he salvado.
Dijo entonces el caballero:
-Pues vamos, no tengas ningún miedo; te pondré en tu casa sano y salvo, y tú trata luego de saber lo que tienes que ver con él.
Y cuando hubieron cenado, haciéndole montar a caballo, se lo llevó a Florencia y lo dejó en su casa.
 (Giovanni BOCACCIO)

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